La mayor parte de la población posiblemente nunca ha tenido que enfrentarse con otras personas a trompazo limpio. Puede que incluso algunos policías tampoco, unos porque la suerte siempre les ha acompañado, o al menos de ello presume más de uno que yo me sé, y otros porque eluden toda actuación que atisbe el más mínimo riesgo. Conozco a unos cuantos que disimulan mirando las estrellas o comprobando la presión de los neumáticos, mientras apalizan a los suyos. Estos son, qué casualidad, los que ante quienes desconocen la realidad presumen de haber ido, estado y amarrado al lobo feroz. Cuentos y más cuentos. Los hay tan doctos en esto de cuentear, que incluso ascienden a guiñolistas y titiriteros para luego mover los hilos. Pero lo cierto es que la mayoría de quienes se calzan las botas sí sabe lo que cuesta detener a quien no quiere dejarse detener.
Yo nunca he sido especialmente valiente, la verdad, puede que hasta todo lo contrario. Pero por infinitas circunstancias me he visto mil y una vez tirado por los suelos con individuos e individuas de todo pelaje. Seguro que no soy el único al que le han pateado la cara. También sé de otros que, como a mí, les han partido la nariz de un puñetazo. Algunos de vosotros habrá experimentado qué se siente y cómo se reacciona a las tres de la mañana reduciendo a una persona violenta sobre restos de vasos y botellas partidas. Pero sepan que muchos de quienes vierten críticas pseudocatedráticas desde dentro de la propia comunidad policial, jamás han pasado por algo así, como probablemente, y por cierto, tampoco lo habrá hecho la inmensa mayoría de jueces y fiscales. Demasiados no sabrán nunca de qué carajo estamos hablando. Aunque pueda parecer una perogrullada típica de película yanqui, ahí fuera hay una subraza humana que todos los días se juega el tipo entre vómitos, meadas, cuajarones de sangre, escupitajos y demás efluvios propios de la noche, en su sentido más peyorativo, para que el resto pueda dormir tranquilamente.
Soy consciente de que con un continuo entrenamiento de Defensa Personal Policial casi siempre hubiese podido ser más eficaz de lo que fui. Pero qué quieren que les diga, nunca se me dio bien, por lo que finalmente solía recurrir a lo más vulgar y callejero para zanjar las cosas, como del mismo modo hacían contra mí. Es lo que tiene la calle, que no está tatamizada y por ello nadie te advierte de por dónde, cómo y cuándo te van a meter el puño, la botella o el cabezazo.
Hay quien trabaja arduamente para hacernos creer que la pistola no se puede utilizar si no es para repeler ataques producidos con otras armas de fuego. Algunos instructores inoculan a sus alumnos con la idea de que, además, hay que estar ya herido para poder replicar con la pólvora. Tanto es así que demasiados formadores acreditan su supina incompetencia defendiendo la tesis de que contra un navajero nunca se debe disparar, so pena de incurrir en infracción penal por desproporción en el empleo de los medios defensivos. Hoy no toca, pero dejen que les diga que hay que estar a cada caso particular en esto de justificar el clásico y controvertido “pistola contra cuchillo”.
Pero vamos a lo que vamos, al vídeo enlazado en el que un agente de policía, de cuarentaidós años de edad, desenfunda su pistola cuando se ve superado en el suelo tratando de reducir e inmovilizar a una persona mucho más pesada y joven que él (dieciséis años de diferencia) que, para colmo, no se deja manejar y se revuelve violentamente. Hay que destacar que el uniformado se hallaba franco de servicio como policía, pero se encontraba desempeñando funciones privadas en un hotel. Sí, en algunas fuerzas públicas norteamericanas es legal prestar servicios privados cuando estos no afectan al funcionamiento del trabajo público diario. Esta es la razón por la que el protagonista de la filmación no contaba con el espray lacrimógeno y con la pistola Taser de dotación. Únicamente llevaba consigo su pistola del calibre .40 SW, porque por no llevar no llevaba ni radiotransmisor.
La grabación pone de manifiesto la mayor corpulencia y envergadura física del hombre objeto de la intervención, quien a la postre resultaría ser un bombero embriagado. Fruto de la activa resistencia del individuo, así como de su evidente estado de agresividad, el policía tuvo que ser facultativamente asistido de graves lesiones en su rostro: fractura del hueso orbital y del pómulo. Fue precisamente ahí, en el instante en el que estaba recibiendo tal cantidad de golpes en la cara, cuando el policía extrajo su arma y, a quemarropa, disparó dos veces contra su agresor. En el vídeo son audibles los gritos desesperados del funcionario recabando ayuda de quienes estaban observando y grabando el suceso. El hostil, que precisamente acababa de contraer matrimonio y que estaba abandonando el salón en el que se había celebrado el banquete, perdió la vida en la propia escena del incidente. El hecho se produjo el 1 de diciembre de 2013 en Kansas City, interviniendo el agente a requerimiento de un taxista al que el recién casado también había agredido con varios golpes.
Que no se les pase por alto un detalle: el policía no tuvo que alimentar la recámara de su arma, se limitó a sacarla y a dispararla. De haber tenido que manipularla para hacerla efectiva, seguramente no lo hubiera conseguido. Incluso puede que se hubiese terminado autolesionando por accidente, dada la situación tan complicada en la que se encontraba. Ahora bien, de haber conocido el protagonista métodos de emergencia para alojar un cartucho en la recámara, ¿lo hubiese logrado a tiempo? No lo sabemos, pero es muy probable que sí, solo que tras haber aumentado el alcance de sus heridas. Este hombre portaba su pistola presta para el tiro, justo como casi nadie la lleva en España. Aquí existen cuerpos en los que no solo se prohíbe mediante norma interna, sino que hasta se sataniza a quienes postulan posicionamientos técnicos y tácticos contrarios a tal aberración.
Seguro que surgen voces discordantes con la sentencia absolutoria de la que disfrutó el tirador, una vez celebrado el juicio en el que todo esto acabo. ¿Pero es que acaso el policía debió dejarse provocar más lesiones en la cabeza? Yo digo que no, no sé ustedes.
Atención a esta explicación sobre la legítima defensa. Hay que meditar sobre ella, es muy buena. Es meridianamente clara. Hasta el portador de un cerebro raquítico tendrá que admitir la calidad, lucidez y elocuencia de la definición ofrecida por el catedrático alemán de Derecho Penal Claus Roxin; si bien yo mismo se la he atribuido erróneamente, alguna vez, al profesor madrileño De Rivacoba y Rivacoba: “El defensor debe elegir de entre varias clases de defensas posibles aquella que cause el mínimo daño al agresor, pero no por ello tiene que aceptar la posibilidad de daños a su propiedad o lesiones en su propio cuerpo, sino que está legitimado para emplear, como medios defensivos, los medios objetivamente eficaces que permitan esperar con seguridad la eliminación del peligro”. La cita, ciertamente propiedad intelectual del jurista teutón, viene siendo pronunciada, reiteradamente, por el Tribunal Supremo de Alemania en innumerables sentencias, quien además la ha matizado literariamente.
Roxin, con 84 años de edad, es catedrático emérito de Derecho Penal y Derecho Procesal Penal de la Universidad de Múnich, y ostenta casi una veintena de doctorados Honoris Causa. En noviembre de 2014 fue reconocido por el Ministerio de Justicia de España con la Orden de la Cruz de San Raimundo Peñaflor, por su influencia en la reforma penal española. Claus Roxin es, sin duda alguna, uno de los penalistas contemporáneos más destacados del mundo.