Jorge, como siempre que entraba de servicio por la tarde, había almorzado muy temprano. Antes de las 14:30h ya había recogido las llaves del coche patrulla, el radiotransmisor y la carpeta en la que había guardado varios papeles con anotaciones de vehículos recientemente sustraídos, y las fotografías y filiaciones de tres individuos de la zona, que se encontraban en requisitoria judicial. Ese día, tanto él como su compañera, necesitaban un café bien cargado. La noche anterior también habían currado, pero en vez de acabar a las 6 de la mañana, como les correspondía, habían finalizado más tarde. Es lo que ocurre cuando a última hora del turno se lleva a cabo una intervención con detenidos: pillaron a un menda dentro de una tienda de telefonía móvil. Como ya era habitual, otras patrullas hicieron oídos sordos a los requerimientos de la Central porque nadie quería ensabanarse a deshora.
Durante la autoadministración del chute de cafeína y después de rajar unos minutos sobre la incompetencia de los jefes, Jorge y Luisa comenzaron la cacería. Ambos eran viciosos del trabajo. Creían en lo que hacían y en lo que representaban. Disfrutaban ayudando a los buenos, jodiendo a los malos. Les gustaba rebuscar en los bajos fondos de su demarcación. Conocían bien a quienes solían trapichear con drogas y con objetos robados. Sabían dónde husmear para localizar vehículos sustraídos. Rara era la semana que no hacían varios detenidos. Se trataba de una pareja profesionalmente muy bien compenetrada, que con la mirada de uno ya el otro sabía qué estaba cociéndose y qué tenía que hacer para que el otro iniciara la actuación con seguridad y eficacia. Se entendían a la perfección y aprovechaban esta nada desdeñable ventaja en pos del bien común.
Era una tarde cualquiera. Un día más, empezaban la pesca capturando a un infractor de la Ley de Seguridad Ciudadana. Un vacilón que se estaba fumando un porro en las cercanías de un instituto. Ya lo conocían de otras veces, se trataba de Óscar, también conocido como el Osquita y el Patas. Era el típico que lo mismo lleva un porrillo, que una navaja, que un teléfono robado, que incluso unos cuantos gramos de cocaína…, que lo mismo lo lleva todo a la vez. Un cliente habitual. Era, además, un malencarado. Un rebotón que culpaba a la sociedad de lo nefastamente que le había ido en la vida, cuando en realidad él jamás había hecho nada para mejorar su miserable existencia, sino todo lo contrario.
Ese día, a punto de ser las tres de la tarde, ya estaba muy colocado, pero no más de lo que solía estar el resto de la jornada. Siempre iba puesto de todo. Nadie lo sabía aún, pero el Patas estaba especialmente ofuscado con otro guarro que le había sustraído unas gafas Ray-Ban, que él mismo había hurtado unos minutos antes, en los vestuarios de un gimnasio en el que se había colado. Aquellas antiparras perfectamente las hubiera podido truequear por medio gramo de rebujito, que era la mierda que más consumía y a la que realmente tenía adicción.
El Osquita estaba que se subía por las paredes por haber sido tangado por su colega. Por ello, la intervención policial tomó un cariz desagradable cuando Luisa y Jorge se acercaron a él para quitarle el petardo. Lo que allí estaba empezando a ocurrir no resultaba nuevo para ninguno de estos intervinientes: manifestaciones groseras, despectivas y amenazantes, amén de movimientos físicos delatores de una posible acción huidiza e incluso ofensiva. Lo normal y mil veces vivido, vamos.
Nada hacía presagiar de qué modo iba a acabar aquella básica y fundamental diligencia policial; por lo que con buen criterio y acierto la pareja de agentes de la autoridad le pidió al Patas que se despojara de su mugrienta chamarreta, instante justo en el que por la parte trasera de la cinturilla del pantalón del sospechoso asomó levemente el puño de un cuchillo de cocina. Tan pronto la chica vio el arma dio un respingo hacia atrás, a la vez que, aceleradamente y a gritos, advertía a su compañero de tal hallazgo visual. Luisa, que además de tener tablas en la calle era valentona, recobró muy rápidamente el control de sí misma y se abalanzó sobre Óscar. Entre que cayó violentamente encima de su objetivo y que éste se revolvía agresivamente contra la policía, tratando de desenvainar, la hoja de la faca acabó produciendo un tajo en uno de los antebrazos de la funcionaria, en los dedos de su mano contraria, e incluso en la muñeca izquierda del propio Osquita.
A todo esto, y simultáneamente a lo que ya estaba acaeciendo, Jorge intentaba llegar hasta el delincuente evitando ser tocado por el cuchillo que, en realidad, aún no había visto, pero cuya existencia no ponía en duda, dada la cantidad de sangre que en un plis-plas empezó a decorarlo todo. Tanto es así que una vez verificado que su compañera tenía sendos miembros superiores inutilizados, amén de hallarse atrapada por un evidente y excitadísimo estado de shock, Jorge desenfundó su pistola y trató de hacerla valer al observar que el Patas se estaba incorporando desde el suelo, con las manos chorreando de sangre, a la par que profería insultos y graves amenazas contra la fuerza presente. Pero nanai de la China, si el mundo de Luisa se había abierto bajo sus pies y no era capaz de hacer ni decir nada coherente, Jorge no iba a ser mucho menos: tras extraer su arma de la funda, dirigirla hacia el hostil y presionar el gatillo…, aquello no sonaba, no disparaba. Seguía sin ver el cuchillo, pero él no lo sabía. Este hombre únicamente sabía una cosa, que estaba a tres metros de un hijoputa armado con algo peligroso, que no quería terminar allí sus días y que su binomio estaba gravemente herido.
Todo había sucedido y seguía sucediendo a una velocidad hasta entonces inimaginable para los protagonistas del hecho, y a un ritmo difícilmente reproducible en la galería de tiro del Cuerpo. Sus cabezas fueron invadidas por una misteriosa mezcla de silencio y estruendo, algo que parecía incompatible. Pese a todo, Jorge logró disparar, pero no sin antes efectuar algunas imprecisas manipulaciones con ambas manos sobre la pistola. El problema era el seguro exterior del arma. Una aleta que con el pulgar debió ser pulsada hacía abajo, pero que por la precipitación del momento el policía no recordó desactivar.
La cosa es que finalmente disparó y que lo hizo tres veces. Un proyectil impactó en un pie de su compañera; otro atravesó el hombro derecho de Óscar, deteniendo su trayectoria en el escaparate de una librería cercana, y el último, el tercero, nadie sabe qué fue de él. El Patas, al sentirse tocado por una bala además de por su propia medicina, desistió en su actitud y empezó a obedecer todas las órdenes conminatorias que Jorge le vociferaba. El agente no pudo pedir refuerzos porque no atinaba a encontrar su radio, la cual había quedado en el salpicadero de su vehículo patrulla. Luisa, que sangraba abundantemente por tres heridas, consiguió recuperar cierto nivel de calma y le pidió a un transeúnte que telefoneara rápidamente a Emergencias, informando de lo que estaba pasando. Y el Patas, el jodido Osquita, permaneció en el suelo encañonado por Jorge, el único físicamente ileso de esta historia, hasta que una dotación policial de otro cuerpo apareció casualmente en la escena y lo engrilletó.
Estimado lector, todo lo que acabas de leer es un relato que se me ha ido ocurriendo sobre la marcha. Pero aunque pueda parecerte un argumento excesivamente peliculero, te garantizo que algo así podría ocurrir en cualquier momento en la esquina de tu casa. Es más, ya ha pasado demasiadas veces. ¿Te sientes preparado para resolver satisfactoriamente situaciones de esta naturaleza? ¿Alguna vez te han hablado sobre cómo reaccionamos los seres humanos ante vicisitudes de esta magnitud? ¿Sabes que tus proyectiles rebotan y atraviesan cuerpos humanos con mucha facilidad y que pueden conservar capacidad para herir o matar a otras personas, aunque éstas se encuentren a muchos metros de donde se produjeron los disparos? ¿Sabrías realizar un torniquete a tu compañero… y practicártelo a ti mismo? ¿Entrenas el disparo en doble acción? ¿Practicas tiro en seco desenfundado y desactivando el seguro manual de tu pistola? ¿Ya te han engañado con esa ignominiosa y diabólica pistolera mágica? ¿Resuelves con soltura los “encasquillamientos”? ¿Sabes usar adecuadamente los parapetos?
Lo sé, tus instructores no te hablan de estos temas. Pero si a nivel institucional todo sigue anclado en arcaicas e insulsas posiciones de tiro, y quienes te rodean se aferran a las leyendas urbanas de toda la vida, mueve el culo y da un decidido paso al frente. Entrena con quienes a todas luces han salido ya de las sombras de las cavernas. Relaciónate con quienes te aporten y no te resten. Suma para ti y para quienes diariamente dependen de tus habilidades. Huye de los que susurran a los caballos. Bebe agua de fuentes frescas. Aléjate de los contaminados por el desánimo. Pégate a quienes ya desertaron de la ignorancia. Evoluciona sin mirar atrás, tu vida no es un negocio.
Si vienes a la Semana Táctica Solidaria 2015 (STS 2015) podrás adiestrarte con profesionales altamente cualificados. Gente que no te va a mentir en nada. Policías y militares que saben lo que es verse de la mano de la Parca. Hombres y mujeres que hablan tu mismo lenguaje. Primeras figuras que con tu aportación económica quieren ayudar a niños enfermos de cáncer. Solidarios que no quieren robarte ni dinero ni tiempo. Formadores nada rancios que, además, saben que el deporte ayuda, pero que no lo es todo. La STS 2015 es el evento policial y táctico del año. Un foro para el encuentro, el dialogo, el adiestramiento y la comparación. El tiempo de la verdad ya ha llegado, ¡ven tú también!
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3s Comentarios
libelula
Excelente…
Ray Ruiz
Como siempre sublime Ernesto.
Ernesto Pérez
¡Gracias!