Suele decirse que nunca pasa nada, pero pasa, digo que sí pasa. Este vídeo muestra, una vez más, escenas tomadas en Estados Unidos (EEUU), pero esto no significa que en España no sucedan cosas de esta índole. Lo que ocurre es, y esto es un dato objetivo, que la Policía de otros países cuenta con medios de grabación audiovisual adosados a la vestimenta de sus funcionarios o, como es el caso de la presente toma, a la cabeza mediante unas gafas. Efectivamente, si nuestros agentes de seguridad pudieran filmar todas las agresiones que sufren, y además la opinión pública tuviese acceso a ellas, todos dejaríamos de creernos las mil y una trolas que nos han colado con calzador en charlas, cursos y artículos de prensa durante décadas.
En esta ocasión, por suerte, todo acabó bien para ambas partes. Un agente de un departamento del sheriff, perteneciente a uno de los cien condados de Carolina del Norte (EEUU), fue comisionado por su central de transmisiones al efecto de verificar una llamada que sugería la comisión de un presunto delito de malos tratos en el ámbito familiar. Algo que, como todos convendrán conmigo, principalmente quienes se dediquen a la seguridad pública, a lo judicial, o a leer periódicos, forma parte del día a día de todo policía español que desempeñe su labor profesional en el campo de la seguridad ciudadana.
El recibimiento filmado es, digámoslo así, el más habitual. Nadie espera en la puerta de su domicilio, o en el de la parienta, con una pancarta confesando que es el malo de la película y que en unos segundos, sin avisar nuevamente, va a esgrimir un cuchillo contra la fuerza interviniente. Estamos, por tanto, ante una actuación que puede acabar de mil formas, la mitad de ellas buenas y la otra mitad malas. La sorpresa puede aparecer de muchas maneras, pero como seguro que nunca hará acto de presencia es con un megáfono haciendo públicas las intenciones a materializar al instante siguiente. De esta guisa, y seguramente conociendo bien el percal y al propio denunciado, el funcionario protagonista se aproxima a la casa con su pistola Taser empuñada y fuera de la funda.
No cabe duda de que la medida preventiva proporcionó su fruto, si bien en décimas de segundos el agente se vio, insisto que sin aviso expreso, delante de una dentellada de acero. Tan fabuloso documento pone de manifiesto que incluso portando la persona agredida un arma en las manos, rara vez podrán evitarse lesiones si quien desempeña el rol de criminal ha decidido en su mente matar y, además, ya ha ejecutado acciones en tal dirección y sentido.
Aquí fue un arma de impulsos eléctricos la que el policía interpuso y disparó contra quien llegó a clavarle el cuchillo, pero de haberse tratado de una pistola convencional el resultado final hubiese sido el mismo, o incluso otro peor. El agente no tuvo que ser asistido por lesiones, dado que la puñalada fue detenida, a la altura del tórax, por el chaleco de protección balística con el que cubría su tronco. Desconozco si esta prenda también estaba confeccionada para proteger al usuario frente a armas blancas, pero está claro que hasta un grueso abrigo de piel de oso frenaría, aunque fuera algo, la penetración del agudo metal.
Este enlace, por sí solito, ya manda abundantes mensajes a quienes lo quieran ver con avidez. A mayor listeza y predisposición a la autocrítica, mayor número de conclusiones podrán ser obtenidas tras su visionado. No obstante, a ver si puedo ayudar un poco a quienes no estén muy duchos en estas lides. Para ello me haré varias preguntas en voz alta, con autorespuestas incluidas. ¿Tienen todos los policías españoles un Taser en su cinturón de servicio? No, nanai de la China. Aquí tal vez solo el 10% lo posea, aunque posiblemente esté siendo excesivamente generoso en el cálculo porcentual.
Visto que la víctima llegó a ser tocada por el arma blanca, pese a haber disparado con rapidez y eficacia, ¿cómo hubiera acabado la intervención de no haberse hecho tan evidente ostentación de dicha herramienta de letalidad reducida? Posiblemente con sangre policial por el piso, no sé si también con muertos. Ante algo así, y sin un Taser encima, o hasta con él en el cinto, ¿todos hubiésemos podido repeler el atentado sujetando la mano agresora, empujando el pecho del hostil para ganar distancia, apartando la hoja, golpeando la cara del delincuente, etc.? Pienso que muchos tal vez hubiéramos podido bloquear la mano ejecutora, o yo qué sé, pero casi con total seguridad no a tiempo para evitar unas cuantas clavadas.
Sigo. ¿Hubiera detenido su ataque el malo de haberse alimentado la recámara de la pistola ante sus mismísimas narices? Estoy convencido de que no. Considero que cuando una persona ya está matando no hay ruidito de marras que le haga deponer su actitud, por más que muchos instructores, lamentablemente más de la cuenta, sigan vendiendo esta teoría de mierda. Es más, estoy casi seguro de que el sentido auditivo del acometedor no hubiera percibido el sonido de la obturación del cañón: este individuo era un Homo sapiens que también, a buen seguro, había perdido capacidad de atención y de concentración; todo lo cual debió afectar a sus sentidos y, por ende, tuvo que verse mermado en sus posibilidades cognitivas.
Pero más seguro estoy de que a un policía con un nivel medio de adiestramiento no le hubiese dado tiempo a desenfundar, montar, disparar y acertar en el objetivo; no al menos saliendo indemne de un encuentro de esta naturaleza. Moraleja: ¡hay que perderle el miedo al cartucho en la recámara, llevando en reposo los mecanismos de disparo! Eso sí, hay que entrenar mucho y bien en esta condición de porte. ¿Seguro activado o desactivado? A esto podrían responder mejor que yo, por ejemplo y por desgracia, los dos protagonistas del capítulo 20 del libro «En la línea de fuego: la realidad de los enfrentamientos armados» (editorial Tecnos).
Cuando alguien en su sano juicio se ve ante una cosa así, nada se puede hacer exactamente igual que en la galería de tiro. Estando muy entrenado, insisto en lo de muy, hay muchas más posibilidades de poder responder pronto y bien, pero tampoco me atrevo a garantizarlo en todos los casos. Nadie puede garantizarlo. Sí podemos afirmar qué nos gustaría hacer, o cómo creemos que habría que llevar a cabo aquello, esto y lo otro. Pero otra cosa muy diferente es el día de la verdad, ante algo totalmente inesperado. Eso sí, en estos casos toma valor el dicho “cuanto más entreno, más suerte tengo”. No debemos olvidar que cuando la cosa se pone muy fea, en cuestión de un par de segundos podemos dejar de ser nosotros mismos, no pudiendo operar como dos segundos antes seguramente sí hubiésemos podido hacerlo. Lo fácil se torna difícil y lo complicado impracticable. Lo medianamente entrenado se puede llegar a ejecutar, pero será imposible llevar a término lo nunca practicado. Se me antoja harto inalcanzable hacer aquello que se desconoce.
Para momentos complejos, soluciones simples. Así de sencillo. Esto, obviamente, no pasa por el abandono de las medidas de seguridad. Por tanto, vamos a dejarnos de polladas automáticas en vinagre cuando lo que está en juego es la seguridad de tu hermano, de mi vecino, de tu hijo, de mi sobrina, de tu padre, de mi cuñado o la de tu compañero, por no decir la tuya misma, capullo. Pide que te entrenen con seriedad y sin mentiras. Que no te engañen con más historias de película de sobremesa.
Si a estas alturas de la partida ya sabemos cómo responde el cuerpo humano ante situaciones de estrés máximo en enfrentamientos a vida o muerte, basemos nuestros ejercicios de tiro en la conocida realidad psicofisiológica y evolutiva. Di sí a lo natural y no a las mamarrachadas de tinte hollywoodiense. Si sé cómo responde mi organismo por dentro, mejor podré prepararme para responder por fuera cuando llegue el momento. La concienciación y la mentalización son fundamentales. Piensa en que puede llegar el día, medita sobre ello y créete que puedes hacerlo. Visualízate haciéndolo y estarás más cerca de lograrlo. Es vital que entrenes y que creas en ti.