¿Qué más da ser policía, soldado, vigilante de seguridad, joyero, fiscal o senador, cuando un cabrón se coloca ante ti con un arma en las manos, y con la clara decisión de llevarte por delante?
No importa que, amparado por la potestad que otorga un carnet de agente de la autoridad, estés cacheando a un sospechoso y que este resuelva en su cabeza matarte, porque si te pilla por sorpresa posiblemente te vas a comportar como el soldado que recibe fuego enemigo en su tranquila garita; como el vigilante de un banco que resulta asaltado por un atracador kalaca en mano; como el joyero al que un supuesto cliente le coloca un destornillador en el cuello al grito de ¡dame la gallina con tomate!; como el fiscal al que un narcotraficante le quiere cobrar a trompazo limpio tres años de talego; y como el senador al que un empresario arruinado se le tira encima en el aparcamiento del puticlub en el que a ambos les limpian el sable… o lo que a cada uno le guste que le limpien.
Debajo del mayor órgano del cuerpo humano, o sea de la piel, siempre habita un ser humano, una persona por muy abyecta, despreciable y prescindible que pueda resultar en la vida del resto de los seres decentes y respetables que pueblan el planeta. Todos conocemos el miedo alguna vez en la vida, pero lo normal es tratarlo a diario en diferentes dosis. Algunos viven dominados por la cagalera perpetua, por más que quieran aparentar lo contrario. No obstante, el miedo es un buen amigo al que hay que conocer bien y con el que hay que saber convivir. No tener miedo es insano y habría que hacérselo mirar por un psiquiatra. ¡Ay! de aquel que de verdad no se haya visto jamás en un espejo el careto encanguelado, porque la jindama es un inteligentísimo mecanismo natural de la mente, evolutivamente diseñado para ayudarnos a sobrevivir.
Esta emoción tan natural y primaria no desaparece en los individuos investidos del carácter jurídico de agente de la autoridad. Las academias de policías inoculan muchas cosas, unas buenas, otras malas y otras tantas totalmente inocuas, incoloras, insípidas e insaboras. Pero en ningún caso inyectan intravenosamente fórmulas secretas al estilo de la película «Soldado universal», protagonizada por Jean-Claude Van Damme y Dolph Lundgren. Si un policía les dice que nunca jamás ha sentido miedo, miente como un bellaco o es uno de esos pagas muertas que pululan por ahí soportando el peso de su mugrienta gorra. Estamos refiriéndonos, evidentemente, al pavor a perder la vida, no a que nuestro jefe nos pille fuera de juego admirando el tetamen de una impresionante camarera facilona.
Si nadie quiere perecer entre las llamas de un incendio o sumergido bajo el agua, peor preparados estamos emocionalmente para morir por la acción directa y voluntaria de un semejante. La gran fobia humana universal, así es como el psicólogo y teniente coronel del Ejército norteamericano Dave Grossman denomina al susto que tenemos los animales de nuestra especie, a percibir la muerte de la mano de otro Homo sapiens. Yo ya lo pensaba por mi cuenta y riesgo, por ello, pese a las patadas espinilleras recibidas durante años, me aventuraba tiempo atrás a manifestarlo en numerosos artículos. Pero después de leer en español a Grossman en «Sobre el combate» (Melusina, 2014), no me quedó duda alguna al respecto, viéndome internamente gratificado y reforzado, dado que cuando lo leía en inglés, siempre tirando de traductores de internet o de amigos bilingües, no siempre estaba seguro de entenderlo todo correctamente. Por fin pude comprender mejor mi pasajera cobardía.
Sin embargo, hoy mismo me ha manifestado un policía que un juez de instrucción le ha espetado, durante la práctica de una diligencia judicial, que no se cree que un agente de seguridad pueda experimentar miedo con una pistola en la mano ante quien pudiera estar atacándolo con otro arma, menos aún si esta no es de fuego. Sin duda, se trata de un ignorante nada ilustrado, aunque sí togado. Una víctima, seguramente, de las mentiras que algunos instructores y mandos de las fuerzas de seguridad les habrán susurrado al oído, durante una de esas típicas exhibiciones de tiro deportivo que se celebran con motivo de los actos patronales. Una peligrosa secuela de la falacia. A esto hay que añadir la nefasta influencia cinematográfica a la que todos estamos continuamente expuestos, desde la etapa de cachorros humanos modernos.
Pero la historia de este funcionario no se detiene aquí: su propio abogado, uno con cierta fama de penalista especializado en asuntos policiales, a la sazón letrado oficial de un renombrado sindicato policial, le vino a decir a nuestro agente tres cuartos de lo mismo sobre el temor a perder la vida. Éste le recomendó que no declarara ante su señoría que los disparos efectuados por él los hizo cuando creyó que de no hacerlo podría fallecer, sino que afirmara y firmara que los tiros se le habían escapado por accidente. Estafador y mercader del embuste y de la ficción, así es como yo defino a este vende motos y a quienes son como él. ¡Panda de inconscientes! Sobran demasiados miserables promotores de la inmolación gratuita. A esta gentuza hay que enseñarle muchas cosas todavía, empezando por aquello que dice Daniel García Alonso en su última obra: “En situaciones anormales, las respuestas anormales… son normales”. Naturaleza en estado puro, amigos, algo contra lo que muy difícilmente se puede luchar.
A veces me he planteado si podrían incurrir en algún tipo de infracción quienes con una toga negra juzgan, acusan y mal defienden sin conocer realmente la raza de los bueyes con los que están arando. Si ningún hombre, y entendiéndose como tal un ejemplar de nuestra especie (sin distinción de género), puede exigir a otro que no sude mientras corre, que saltando desde un balcón y vuele cual ave y que no defeque aunque esté sufriendo un enorme apretón, ¿cómo carajo puede defenderse la tamaña y absurda teoría de que a un igual se le puede pedir que discrimine la natural sensación del miedo y sus reacciones biológicas, neurológicas, psicológicas y fisiológicas? ¡Por el amor de Dios, un poco de sentido común!
Es evidente que ciertos niveles de miedo pueden ser controlados. Esto es algo que normalmente hemos aprendido a hacer solitos o con la ayuda de terceras personas, desde el nacimiento. No sé si toda dosis de terror podrá ser aplacada en algún momento. Puede que sí, con el debido adiestramiento psíquico y reiterando experiencias similares en cuanto a intensidad. Por cierto, no hay mejor entrenamiento que sobrevivir al primer encuentro armado, sobre todo si con posterioridad es bien tratada la experiencia superada, analizando el porqué de todo: de lo que salió bien y de lo que salió mal. Pero desde luego no estábamos hablando de seres con estas características curriculares, sino de personas tan corrientes como ese primo, vecino, hermano o amigo policía, que casi todos tenemos registrado en nuestra agenda telefónica.
El entrenamiento frecuente y de calidad realista ayuda muchísimo, pero sobre todo ayuda la concienciación y la mentalización de lo que puede suponer, en todos los órdenes, verse en la tesitura de meterle un balazo a otra persona. La visualización mental de uno mismo en tan trascendental momento es muy importante, siendo este un ejercicio que debería ponerse en práctica tanto dentro como fuera de la galería de tiro. Verte mentalmente haciéndolo puede ayudarte a hacerlo de verdad el día que te toqué la maldita china…
3s Comentarios
Manuel Ortiz
«EL MIEDO VENCE MÁS PERSONAS QUE CUALQUIER COSA EN EL MUNDO.» Ralph Waldo Emerson. El artículo tiene un sobresaliente para mí. Totalmente alineado con la tesis del mismo. «García Alonso: En situaciones anormales, las respuestas anormales son normales.» Muy recomendable el libro de Dave Grossman. Un abrazo amigo.
Ernesto Pérez Vera
Gracias por tu comentario, Ortiz.
Ernesto Pérez Vera
Gracias por tu comentario, Ortiz.