Este pasado fin de semana, y gracias a la gestión del gran Raúl Blázquez, mi amigo Ian y yo tuvimos la oportunidad de cazar en una montería en Ramacastañas, provincia de Ávila. Se da la peculiar circunstancia de ser zona limítrofe entre las dos Castillas y tener unas lindes, cuando menos, creativas. Según me cuenta mi amigo Jaime, vecino de la zona, se trata de razones históricas las que dibujaron tan caprichosas lindes.
La montería estaba organizada por Javi Pelillo, orgánica desconocida para mí, aunque fraguándose un nombre de jornadas honestas a buen precio. Estábamos citados a las 09:00h del sábado 20 de febrero en el bar Martina, ubicado en el pueblo de Ramacastañas. Amaneció un día precioso, con cielo azul y temperatura rondando los 5º. Nada más llegar, abrazos de rigor con el buen amigo Raúl, quien estaba magníficamente acompañado de su hija mayor, y con Pablo Arjona, también estupendamente acompañado.
Nada más apuntarnos y abonar el derecho a la jornada en cuestión, pasamos a degustar el desayuno: plato de plástico, de pie, y café duro… pero caliente.
La casualidad más sorprendente del mundo vino a visitarme cuando de pronto alguien me toca en el hombro y al girarme, me encuentro de cara con Don Jaime Fernández, cazador elegante, tradicional y secretario del ilustre Real Club De Monteros. A Don Jaime le va que ni pintado el dicho «de casta le viene al galgo», pues tiene impregnado en sus genes la herencia de ser nieto del legendario Don Jaime de Foxá, una de las grandes figuras venatorias que ha dado nuestra «piel de toro». Casualmente, va a cazar en un terreno colindante a la mancha en cuestión, y como mandan los cánones, se ha coordinado con la orgánica para que todos disfrutemos del mejor día de caza que este campo castellano pueda ofrecernos.
Charla mañanera mientras esperamos la suerte del puesto. Raúl y yo hemos sacado de paseo los Winchester BigBore .375 de los que ambos somos propietarios. Armas bonitas, históricas, pero muy específicas para disparos en corto. Veremos si salen de «paseo» o se quedan al calor de la funda…
Previo al sorteo, Javi Pelillo nos da las indicaciones de rigor, y añade una explicación de cómo es la mancha a cazar, cómo se distribuirán los perros, y de qué manera cazarán. Soberbia explicación y poco habitual, que ya da buenas pistas de lo bien planificada que está la jornada. Llega la suerte del sorteo y nos vamos repartiendo por las armadas. A Ian y a mí nos ha caído en suerte el puesto 2 de la armada, «los Chopos».
Una vez realizada la travesía en coche hasta la armada, disfrutamos de un paseo en medio de la mancha mientras se van colocando los puestos, todos con tiraderos muy cerrados. Al llegar nos encontramos con un monte muy sucio, con mucha chaparra salteada, riachuelos de agua y charcas aquí y allá. En definitiva, un terreno perfecto para nuestro contrincante, el «sus scorfa» (jabalí).
La procesión, encabezada por el postor -hombre amable y buen conocedor de la zona- se ve completada por dos miembros de «sangre montera» quienes, cámara en mano, buscan el puesto donde acompañar y grabar la jornada.
Después de pasar por muchos puestos francamente cerrados, subimos un repecho y llegamos al puesto número 2. Parece que mágicamente, el bosque se ha abierto formando un claro de unos 200 metros de largo por 50 de ancho. El claro está cubierto de un césped verde rabioso, casi más propio de un hoyo de golf que de un claro en el campo castellano. El verde está cortado por un riachuelo que atraviesa el claro y que produce un hipnótico gorgoriteo de agua que fluye incesante…
Aunque los jabalíes no son amigos de atravesar claros tan abiertos, el puesto nos hace sentir parte de un paisaje digno de un cuadro. Importante destacar el cuidado con el que se han colocado los puestos, todos seguros y con posibilidad de disparar en 360º.
Oímos la suelta de las rehalas a lo lejos… y pasan los minutos. Seguimos oyendo los perros a lo lejos, acercándose despacio. Pasan un par de horas, y los perros parecen casi estáticos. Reviso una y otra vez mi Winchester Modelo 70 pre-64 en calibre .300 Winchester Magnum.
Llevo el visor en 2,5 aumentos, ya que con un monte tan sucio, necesito amplitud de campo de visión. No esperaba yo a ningún macareno regalándome una carrera en el abierto.
En la recámara cargo 4 cartuchos Norma TipStrike de 170 grains con punta anaranjada. La munición es soberbia en su presentación: la caja trae una pequeña tabla balística impresa (ojala otras marcas también la llevasen). Los portabalas están inteligentemente diseñados y tienen un encaje y tacto perfectos. Los casquillos brillan, y la bala está copada por una punta roja anaranjada. En resumen, tienen un acabado que transmite una altísima calidad y cuidado en la fabricación.
El lance
Oímos una ladra potente acercase. Bastón en mano, apoyo mi rifle, y de manera inesperada y sorpresiva, salta el jabalí al abierto, donde menos lo esperábamos…. Corre desbocado por en medio del claro, perseguido por varios perros a unos 20 metros de distancia. Nos separan unos 120 o 130 metros del animal; su carrera no será larga, porque busca el sucio al otro lado del claro. Calculo unos 50 metros de carrera, de los que yo solo veo unos 40…
Lo encajo en el visor. En mi cabeza se suceden cálculos mentales a gran velocidad. Debe llegar a una zona donde me sienta cómodo con el disparo. Entierro la bala, adelanto un metro al animal, y lo acompaño hasta que llega a la «kill zone» (que dicen los anglosajones). Efectúo el disparo que me resulta suave, y encerrojo el rifle de nuevo, preparado para un posible segundo disparo. Pero el primer tiro ha hecho blanco en el animal, provocando que éste de un gran volatín… Inmediatamente, el jabalí es alcanzado por varios perros que aceleran el desenlace en segundos. Hay agarre, pero el animal está ya inerte.
Pasados los segundos necesarios para salir del autocontrol, mi alegría explota y se deja ver en una sonrisa de esas que salen de dentro. Llega el rehalero y constata la muerte del animal, alejando a la rehala, que sigue «trabada» en el animal.
El lance ha sido extraordinario y estoy feliz por haber puesto en práctica ese ritual que uno debe seguir en lances «largos»: dejar cumplir al animal, acompañarlo en el visor, adelantarlo, esperar la «ventana de disparo» perfecta… estar templado, no dudar y disparar.
Pasan las horas y veo cómo los rehaleros van cazando despacio, controlando a los perros. Pocas veces he podido ver un trabajo tan bien realizado. Muchas veces los perros se descontrolan o no son todo lo buenos que cabría esperar; aunque éstos han sacado lo que buenamente ha sido posible en un monte con tanto escondite.
La montería llega a su fin y nos acercamos a ver al animal abatido en compañía del postor. Es una hembra «colmilluda», grande, de unos 95 kilos. El disparo la ha atravesado y está centrado en el costillar, unos 15 centímetros por detrás del «codillo». Acercamos el animal al camino para ser recogido y emprendemos la procesión hasta los coches. Mientras tanto vamos escuchando las historias de unos y otros, desde el habitual «no he visto nada», al “me ha pasado volando”…
Al juntarnos en la plaza del pueblo e intercambiar impresiones, Raúl me obsequia con un abrazo sincero, de un amigo que se alegra por la suerte del compañero. Gesto que corrobora la opinión que tengo de él, un gran cazador y mejor persona aun. Pablo ha tenido la oportunidad de disparar sobre un navajero, pero parece que se ha marchado para ser abatido por una postura más arriba. Sin querer discutirlo, se ha quedado con el mal sabor de boca de pensar que la primera sangre había sido suya. La caza es muchas veces así…
Finaliza la comida, cerramos la temporada de caza y nos despedimos fundiéndonos en abrazos de sincera amistad.
Broche de oro para una temporada con luces y sombras. A bote pronto, me quedo con los recuerdos de los parajes preciosos que he podido disfrutar y compartir con grandes amigos. Y también me quedo con las luces de unos lances maravillosos y esos animales que viven en mi recuerdo para siempre.