Muchos de los que han tenido que disparar sus pistolas contra animales bípedos o cuadrúpedos ante agresiones graves y sorpresivas, o sea, ante ataques sin previo aviso, admiten que tener el arma lista para disparar en doble acción (o similar por analogía) resulta fundamental para salir airoso. Esto lo dicen, obviamente, quienes en alguna ocasión han conseguido abrir fuego contra sus contrarios.
Pero leches, también lo dicen, haciendo un ejercicio de autocrítica y reflexión, quienes no pudieron disparar por carecer de tiempo suficiente para desenfundar y montar, por portar sus pistolas vacías a nivel de recámara. Esto sin contar con los que, además de todo lo anterior y para colmo, también tienen que desactivar el seguro manual de la pistola.
Y sí, es verdad, todos conocemos lerdos capaces de hacer todas estas maniobras en tiempos administrativamente sobresalientes. Pero resulta que estos tiempos se tornan muy deficientes en la puta calle, aunque nos lo nieguen en las aulas y nos lo oculten en los temarios. El problema radica, sí o sí y así de duro, en la falta de adiestramiento y mentalización de los instructores que redactan y desarrollan los planes de formación. Nada cambiará mientras se siga desoyendo a la Neurociencia. Y es que la formación profesional debe tomar nota de los cambios biológicos, psicológicos, neurológicos y fisiológicos que afectan a los “Homo sapiens” expuestos a eventos estresantes que sugieren riesgos importantes para la integridad física.
Si no le hacemos caso a los galenos especializados, al menos escuchemos qué tienen que decir aquellos policías que ya saben lo que es y lo que supone disparar a otras personas. Pero prestemos especial atención también a los que, ante tan apremiante necesidad, no han podido abrir fuego contra sus antagonistas. En definitiva, que hay gente que sabe mucho de todo esto. Gente a la que no le han contado historias protagonizadas por terceros. Que las cosas ahí fuera no son como aquí dentro, lo dicen personas que han sido heridas. Pero también lo dicen quienes han herido o matado a otros seres humanos e inhumanos. Supervivientes. Insisto, hablamos de acciones defensivas inesperadas, ejecutadas normalmente a corta o muy corta distancia.
Pero nada, todavía hay fanfarrones empecinados en cacarear que siempre y en toda circunstancia disfrutarán de tiempo para defenderse con solvencia, sosteniendo vehementemente que también siempre podrán garantizar sus impactos en una pierna, en una mano, en un hombro, o en el entrecejo por sus cojones. Esto lo verbalizan, así de rápido y tan a la ligera, señoras y señores que nunca han vivido situaciones de tan abrupta magnitud emocional. Igualmente lo expresan jugadores de airsoft y competidores de PlayStation, independientemente de que sean profesionales armados, informáticos, camareros, telefonistas, etc. Pero a veces también se suben al carro de la gratuita verborrea facilona, civiles expertos en tiro deportivo, totalmente legos en asuntos policiales y judiciales. Parece que debajo de cada felpudo hay un desagradable bravucón de mentirijilla, disfrazado de Marine.
Ya lo he dicho numerosas veces, hay quien se cree capaz de meter todos los goles que fallan Messi y Ronaldo. Y lo cierto es que es maravilloso gozar de tan alta autoestima, solo que ésta, a veces, se confunde con la ignorancia más supina. Algunos, encima, aderezan con elevadas dosis de estupidez su ya de por sí cuantiosa tasa de cretinismo, alegando que hubiesen marcado haciendo chilenas. Pero por más finales de la Champions League que hayamos visto desde el sofá de casa, zampándonos bolsas de Cheetos y litros de cerveza, las cosas hay que meditarlas, visionarlas mentalmente, ensayarlas e intentarlas mil veces en el campo de entrenamiento, antes de aseverar que podemos materializarlas en la cancha de la vida real. Porque a ver si nos enteramos de una vez por todas de que ahí fuera no se juegan partidas para matar el tiempo. Ahí fuera se mata de verdad. Apliquémonos el cuento porque estas cosas nunca salen gratis ni socialmente, ni profesionalmente, ni emocionalmente, ni judicialmente, por más motivos legales que puedan acreditarse.
Para acabar, solo queda reconocer que todos estamos expuestos al apoderamiento ilegítimo de nuestras armas de cinto. Todos. Pero, ¿por qué será que siempre se la quitan a quienes trabajan con fundas pistoleras de mala, muy mala o pésima calidad? También le ocurre, como norma general y seguramente no por casualidad, a los que gastan menos precauciones en el curso de las intervenciones profesionales.
1 Comentariro
Ignacio
Año 2016 en el ejercicio de tiro siguen remarcando lo peligrosísimo que es el cartucho en recámara (¡poco más que una ocurrencia temeraria!) además que las normas de seguridad interna lo prohiben (claro, mejor leer 30 normas de seguridad que ni se las sabe el monitor, nadie se las sabe ni siquiera quien las redactó, que remarcar que el dedito fuera del disparador y en el armazón).
Y muchos compañeros que se consideran prudentes en el uso de las armas por no tener cartucho en recámara y por no manipularla hasta el siguiente ejercicio de tiro (alguno ya ni limpiarla, para qué si nunca pasa nada), te comentan asombrados y mirandote con una mezcla de condescendencia y pánico: ¡llevas cartucho en recámara y sin seguro!, ¿para que compruebas el arma? si no debe de haber un cartucho en recámara estará igual que la última vez.
¿Profesionales de la Seguridad Pública? Ni lo dudes, el truco equivocar miedo e ignorancia con prudencia y profesionalidad.