“Tú a mí qué me vas a enseñar. A ver, tío, que soy tirador selecto; que llevo veintiún años en el Cuerpo. No fallo ni una y agrupo en una cuarta. Pues ni veces que me han felicitado. Así que déjate de palabrejas conmigo, que el día que se me cruce un moro de esos…, fijo que le meto un balazo en la cabeza. Yo no necesito llevar dos cargadores ni funditas modernas de esas de pistoleros. Eso es para los rambitos como tú”. Con tan brabucones términos se expresaba hace unos días un agente de policía al hablar con un compañero suyo que puso en duda, ¡oh, qué pecado!, la calidad del sistema formativo y de reciclaje en materia de tiro dentro de la institución armada a la que ambos pertenecen.
Lo cierto y verdad es que este artículo podría haberlo escrito en primera persona, porque yo mismo he sido mil veces espetado en idénticos términos. Peor aún, a mí me han insultado más gravemente, no pocas veces. Pero anteayer le tocó la china a otro policía con un perfil profesional y humano similar al de este servidor de ustedes. O sea, le tocó a otro majareta que además de partirse el careto diariamente buscando drogas y malos de todo pelaje por esas calle de Dios, entrena privadamente con su pistola porque sabe que su cuerpo no tiene el más mínimo interés en formarlo de cara a batirse el cobre con hacedores de huérfanos y viudas. Leonardo, que así se llama mi colega, hace años que descubrió que casi nada de lo que le contaron en la academia de policía es verdad, siendo incluso más incierto todavía lo que periódicamente verbaliza en la línea de tiro su anacrónico y torpe instructor.
Por todo esto, Leo, como cariñosamente llamo a Leonardo, decidió invitar a Federico, el tirador selecto con siete trienios de antigüedad, a pasar una mañanita con él en el campo de tiro. Federico, que según parece nunca ha ocultado que únicamente dispara cuando es obligatoriamente requerido por la superioridad, reconoce, también, que aunque donde pone el ojo pone la bala… estas cosas no le gustan nada de nada. Le honra al hombre, porque otros sienten más apatía que él por estas cosas, pero sin embargo se describen públicamente, ante quienes no lo conocen bien, como la reencarnación de Búfalo Bill en estas tierras ibéricas.
Así las cosas, Leo, que carece de titulación oficial, se erigió momentánea y matutinamente en improvisado instructor, en aras de intentar demostrarle a su compañero que las cosas nunca o casi nunca suceden como en las plácidas y reglamentarias clases de tiro. Federico, algo regañadientes, aceptó el envite. Una parte quería enseñar cosas nuevas y la otra creía que no tenía nada nuevo que aprender porque, como no paraba de repetir: “Siempre acierto, Leo: los tres segundos son más que suficientes para poder apuntar y meter la bala en la cabeza de la silueta. Te lo voy a demostrar y te vas a llevar un chasco”.
Con este percal acudieron juntos al campo de tiro. “Nos situamos a no más de tres metros de una silueta. Empecé a hablarle del bombazo emocional que supone verse de repente y sin previo aviso, ante alguien que avanza cuchillo en mano con claras intenciones de no pedirte la hora sino de arrancarte la mano para llevarse el reloj. Fede ponía cara de póquer ante la pronunciación de determinadas palabras mías. Incluso dijo, en tono no muy amable y gruñendo, que qué demonios sabía yo del estrés y del deterioro de la capacidad cognitiva, llegando a preguntarme que qué coño era eso de lo cognitivo. Se lo aclaré con prudencia y sencillez, para que no se me diese a la fuga. Pero nada, no paraba de decirme que todo eso son bobadas y tonterías sin sentido. Y claro, como era de esperar, no paraba de recordarme que era tirador selecto, que siempre sacaba las máximas puntuaciones”.
Tengo 46 años de edad y llevo oyendo lo mismo desde los catorce, época en la que empecé a tirar en un club de tiro, y en otros sitios, con civiles, policías y militares, por lo que nada de esto me pilla por sorpresa. Desde tan púber edad estoy tomando nota de cuanto veo, oigo, leo, practico y experimento, llevando casi dos décadas tratando de hacerle ver y comprender a la gente, a según qué gente, que saben tan poco que no saben que no saben. Y tanto es así que, gracias a Dios, yo mismo aprendo algo nuevo todos los días. Créanme, a veces funciona y algunos abren los ojos y la mente, lo cual reconforma sobremanera. Pero en ocasiones todo esfuerzo resulta amargamente estéril. Esto es, precisamente, lo que le ha sucedido a nuestro Leonardo de turno.
Leo, cara a cara con Fede, recalcó infinidad de veces que los ataques más graves y letales contra los policías se producen, la mayoría de las veces, a distancias cortas o muy cortas, señalando en dirección a la silueta cada vez que lo reiteraba. A todo esto, el forzado y disgustado alumno había verbalizado que su arma se hallaba en las mismas condiciones de tiro que cuando se encontraba de servicio, lo que teóricamente quiere decir que ya estaba lo suficiente presta para presentar batalla. De hecho, los dos lucían protección auditiva y ocular desde que diera comienzo la espontánea disertación (se ve claramente en el vídeo del que posteriormente sabrán más). Efectivamente, es lo que están imaginando, Leonardo había advertido a su oyente de que sorpresivamente le daría la orden de abrir fuego inmediato, simulando una respuesta defensiva.
Aunque Federico le rogó que le permitiera mantener abierto el broche de la funda en pos de obtener cierta ventaja durante el desenfunde, Leo se negó en rotundo dado que él nunca trabaja así y mucho menos es esta una prerrogativa real en los cruces a vida o muerte. En la vida real estas cosas suceden inopinadamente y sin comodines, amén de con mucha velocidad y violencia. Permitir tal aberración supondría sembrar de mentiras y trampas aquellos breves minutos de instrucción caída del Cielo. Una contaminación, por otra parta, más que frecuente y extendida en el seno de todas las fuerzas de seguridad. Es más, Leo tampoco dejó que Fede se colocara la pistola en un sitio diferente al que siempre ocupaba en el cinturón: excesivamente alta respecto a la cadera y, además, muy hacia la espalda y con una peligrosa inclinación que impedía el empuñamiento natural. Parafraseando a los instructores de las legiones romanas: si de esta guisa curras, de esta guisa debes entrenar.
Leonardo en ningún momento interpeló a su partenaire sobre si llevaba activado el seguro de aleta de su HK USP Compact. Y no lo hizo porque sobradamente sabía que sí, que siempre lleva puesto el seguro manual. Tampoco entró en la cuestión de si llevaba la recámara preñada. Para qué, si también conocía la respuesta: siempre la lleva vacía. Leo es un solvente sabedor de todo esto porque Fede y otros más se mofan de él, porque nunca usa el seguro y porque en todo momento porta el arma en doble acción: lista para abrir fuego, con el martillo en posición de reposo.
El momento de la verdad se presentó de sopetón y sin aplicar pañitos calientes. “¡Fuego, fuego, fuego, que viene con un machete! ¡Que te mata, Fede, que te mata!”. Pero el pobre de Federico tardó por lo menos tres segundos en darse cuenta de que tenía que empezar a pegar taponazos o por lo menos a echar a correr. Leo: “Yo le gritaba sin remilgos, como si realmente me encontrase atrapado por el pánico. A voces limpias le decía que desenfundase ya de una vez. Pero por más que tiraba de la pistola hacia arriba, no lograba extraerla de la funda. ¡Joder!, casi se la sube hasta el sobaco. Por fin consiguió sacar la HK, pero pasados casi seis segundos de cronómetro. Pero ojo, Ernesto, que todavía queda lo peor: petrificado delante del blanco olvidó alimentar la recámara, afanándose inútilmente en apretar el gatillo puesto que además tenía el seguro. Ya íbamos rozando los siete segundos cuando le recordé que tenía que bajar la aleta y tirar de la corredera, pero ni por regarle de pistas el camino: aquello seguía sin sonar. Allá por los nueve segundos consumidos, cara descompuesta y voz rota y cargada de alaridos, sonaron tres detonaciones. Menos mal que todo está grabado”.
A ver cómo lo explico yo ahora. Vamos a ver, resulta que no solamente me creo la historia sino que la he visionado en la intimidad, con el compromiso entre caballeros de no difundir la filmación. No es la primera vez que paso por ello: ver, analizar, juzgar y eliminar el archivo. No soy dueño de la verdad, pero sí de mi opinión.
El resultado final de los tres tiros no fue tan pésimo como cabía esperar: uno de ellos tocó lo que podría ser la mano izquierda del objetivo (brazos caídos), otro entró en lo que quizá pudiera ser la parte alta del muslo derecho y el otro ni rozó el papel. ¡Ah! Significar que la cadencia del fuego resulta clamorosamente mejorable. Federico no realizó ninguna proeza extraordinaria sino todo lo contrario, por más que no parase de reiterar: “¡Lo ves, lo ves, he metido dos de tres, dos de tres! ¿Ahora qué, ¡eh!, ahora qué? Tú te creías que no iba a meter ninguno, ¿verdad? Pues mira, cabroncete, y eso que ni siquiera me has dejado apuntar ni nada. Me la has jugado, Leo, me has engañado. Yo pensaba que ibas a enseñarme técnicas para apuntar mejor en caso de ataque, pero esto ha sido una encerrona, una emboscada para burlarte de mí. Además, cojones, todos sabemos que es ilegal liarse a tiros contra un tío que lleva un arma blanca”.
Y así se escribe la Historia, lectores míos: Leonardo continuará entrenando para sí mismo y para de vez en cuando poder enseñar a otros; y Fede, que se niega a reconocer que supuestamente le acababan de asestar numerosas cuchilladas y que era racional y lícito disparar a dar, seguirá siendo el mejor tirador de la plantilla, siempre que le permitan apuntar desde quince metros de distancia. Eso sí, claro está, disfrutando de tres segundos por disparo e iniciando el ejercicio con el arma en la mano y, por supuesto, tirando en simple acción. Leo, a todo esto y mientras tanto, seguirá rogando por los despachos para que le permitan realizar el curso de instructor de tiro y así poder hacerse cargo de la formación de sus congéneres. Pero no caerá la breva.
Ni qué decir tiene que todos los cuerpos están plagados de conformistas y aletargados Federicos como el hoy aquí dado a conocer. Estos suelen ser, normalmente, aquellos que tan solo portan un cargador que además va a media carga. Son también, no por casualidad, los promotores de las risas fáciles y de los chistes tontos contra quienes en su entorno laboral saben o quieren saber la verdad verdadera de esta delicada especialidad profesional.
Ni asilvestrados sueltos que hay por ahí. Fedes que instigan a otros para que, con maliciosa sorna, llamen friki a los Leonardos que cohabitan con ellos, que por cierto no suelen ser muchos. Y es que abundan quienes sin piedad castigan la imagen, el nombre y la reputación de los que exploran más allá de la cómoda, cálida, legañosa y conformista ignorancia en la que anidan los soñadores de la jubilación sin pena ni gloria. Echadores de balones fuera. En fin, hibernadores de embustes y miserias mil.
4s Comentarios
Ignacio FE
Que desgracia y vergüenza que la instrucción del tiro esté en manos de este tipo de «profesionales», dicen que la experiencia no consiste en lo que se ha vivido, sino en lo que se ha reflexionado, y este individuo no sacó nada en claro, luego dirá que tiene 21 años de experiencia, experiencia que sin reflexión no significa nada mas que trienios y antigüedad.
¿Por qué este tipo de personas en vez de usar la argumentación para defender sus posturas menosprecian a quienes se las rebaten?
Que impotencia y menuda desesperanza.
Un saludo.
PD:
Generalmente la experiencia se atribuye a las personas de cierta edad y, lo que es peor, se la atribuyen ellas mismas.
Francisco Orozco
Casi todas las personas que por algun motivo portamos armas de fuego, tenemos el ego muy elevado en esta materia y muchos hacen alarde de que han entrenado con tal o cual instructor, con tal o cual doctrina, en tal o cual país, pero muy pocos son capaces de demostrar con hechos, lo que con sus bocas dicen. Ejemplo: Si organizáramos una competencia de tiro entre un grupo de amigos, la mayoría diría «no tengo tiempo», «ese día tengo que trabajar», «justo ese dia tengo un compromiso familiar», etc.pero todo son sólo excusas para evitar evidenciar sus verdaderas carencias y falta de preparación. Saludos desde México!!!
Paco Cantos
Muy bueno el artículo. Refleja lo que hemos sufrido cientos de veces los que nos dedicamos a dirigir las prácticas de tiro de cuerpos o unidades policiales. Es complicado, hay que tener enormes dotes de paciencia y «no está pagao». Yo intento llevarme a está gente a mi terreno, para con, perseverancia y mucha paciencia, como he dicho antes, conseguir algo de ellos. Al fin y al cabo si conseguimos mejorar aunque sea un poco su actitud e igualmente sus habilidades para con las armas habremos logrado nuestro objetivo como Instructores, de lo que nos beneficiaremos, nosotros mismos, ellos y los policías que por suerte o por desgracia estén a su alrededor; y a lo mejor hasta el resto de la sociedad!. La estadística no es muy alta pero algún que otro «éxito» he conseguido. Es nuestro «trabajo sucio» como Instructores.
Un saludo para Ernesto, como siempre ha dado en el blanco.
Denis
Articulo mas que excelente, es la cruda realidad, pero alguien cree que esto va a cambiar?
Sabemos quienes son los responsables…lo sabemos…
Esto ya pasaba hace 30 años…
En este país no se apoya ni protege a los cuerpos de policía.
Los cabezas pensantes, prefieren que el dinero, vaya a otro sitio…
Que podemos hacer? …NADA.
Ajo y Agua…me decían hace 30 años.
La formación que debería de impartirse no va a ser posible mientras que no cambie la mentalidad de los que pueden cambiar las cosas.
La formación requiere tiempo, dinero y gente con ganas de aprender y enseñar.