LA HOZ QUE VINO DEL BIERZO

Hoy me he despertado a toque de WhatsApp. Diana digital. Una tormenta de sonidos sordos, a modo de violentas vibraciones, que casi me echa abajo la mesita de noche. “¡Seguro que se han cargado a alguien que conozco!”, me dije. Pensé, principalmente, en esas personas tan crueles que visten uniformes decorados con emblemas, ya saben, la gente esa rara que se toca con gorras, cascos y boinas, los que se cuelgan una pistola en la cintura, a saber para qué, porque más gente de la cuenta porta el hierro únicamente para airearlo un poco.

Efectivamente, pensé que habían matado a uno de los míos, a un policía o guardiacivil; o sea, a un agente de la autoridad, se llame cada cuerpo como se llame. Solamente algo así justifica los más de veinte mensajes que he recibido, en tropel, entre las siete y las ocho de la mañana. Qué barbaridad, chiquillo. En cualquier caso, aprovecho la ocasión para agradecer tan puntuales novedades.

Pero no, gracias a Dios no ha pasado eso, aunque ciertamente pudo haber sucedido. En fin, que sí, que han atacado gravemente a uno de estos que, por maldades de la vida que dicen algunos que yo me sé, se dedica a proteger los parques y a sus paseantes; los campos y a sus sembradores; las calles y los vehículos que por ellas circulan; las ciudades y a sus pobladores; a tus padres cuando van a la farmacia; a mis hijos cuando van y vienen del colegio; a los porteros de la discoteca de enfrente y a las hijas del vecino del quinto, que alegremente se divierten allí mismo. O sea, que hay gente que vela por otra gente, mientras estas últimas, las segundas gentes, duermen, pasean, van al cine, bajan a la playa; trabajan en bancos, en colegios, en pizzerías, en notarías, en estancos, o en talleres de bicicletas. Esto es un hecho incontestable, por más que la ciudadanía caiga con frecuencia en el olvido. Cuan injusta es la sociedad. Y no te digo ya, los medios de comunicación. Tela.

guardia_civilPero bueno, vamos al grano, que diría un dermatólogo. A tenor de lo que suscribe el autor de la noticia que acompaña a tan matutinos WhatsApps, un guardiacivil de 43 años había recibido, la tarde anterior, el 28 de septiembre, un profundo corte en su antebrazo derecho, al tratar de identificar a un varón de casi su misma edad. La herida, la cual puede verse mediante imágenes fotográficas en el propio enlace de la noticia, fue producida con una hoz. ¡Pedazo de tajo! Podría haber sido ocasionada con un machete, con una navaja o incluso con un cuchillo de cocina, herramienta doméstica esta última muy socorrida cuando un malnacido decide matar con lo primero que pilla en el fregadero.

Podría haberse usado también, como tantísimas veces ya, un destornillador, unas tijeras o un simple vaso de cristal, útiles que son hasta más comunes y domésticos que los antedichos. Pero no, esta vez se ha tirado de una herramienta poco común, dado que hoces no suele haber más que en las zonas rurales y, además, en manos labriegas. Supongo que pocos nos hemos vistos, ni siquiera en pesadillas, corriendo delante de un energúmeno que blande tal herramienta de labranza, de hoja curva, fina y muy afilada. Menudo animal, el pedazo de cabrón.

¡Ah!, que se me quedaba ya en el tintero, por Dios: los hechos se produjeron en la leonesa demarcación de La Torre del Bierzo, localidad de menos de 3.000 habitantes. Ojo, he dicho menos de tres mil. Lo digo y lo recalco para aquellos compañeros míos que proclaman a los cuatro vientos que aquí nunca pasada nada, que estas cosas solo pasan en las grandes ciudades. Pues, ¡ea!, vayan tomando nota, amiguitos que patrulláis, tanto pueblos como urbes, con el cargador de la pistola guardado en el bolsillo del pantalón; con el cargador introducido en el arma, pero vacío; o, lo que es de igual calado gilipollesco y canallesco, porque quienes lo hacen declaran tácitamente, con tales hechos, su nulo compromiso para con la seguridad de los ciudadanos, la seguridad de sus propios compañeros y hasta para con la seguridad propia; me refiero, discúlpenme por extenderme, a quienes llevan un único cargador a mitad de carga. ¡Cuántos melones con patas hay por ahí, creyéndose los más listos de la clase! Dejaré para otro momento a los que colocan cartuchos de salvas en los primeros puestos de la parrilla de salida. Se ve que no tienen ni puta idea de lo que va a pasarles, tan pronto hagan el primer disparo, si es que acaso les da tiempo a ello.

A veces las cosas se tornan de tal modo, que hasta a golpe de pico se quieren fundir a un policía y, también, a quien se tercie poniéndose por en medio. El 3 de marzo de 2007, en Cataluña, un funcionario de la Policía Autonómica fue atacado a picazo limpio, aunque no llegó a ser lesionado con tan brutal útil de cavar. El policía, viéndose a punto de ser picado, disparó varias veces contra su contrario, hiriendo accidentalmente al padre del picador y acabando con la existencia terrenal del susodicho. La cosa acabó, en cuanto a lo judicial, en una sentencia absolutoria, que vino a firmarse justo a los tres años de haberse producido los hechos. Nunca esperé resolución alguna que no fuese esa.

Con respuestas de este tipo reaccioné, ante los mensajes en los que se me preguntaba si estaba o no justificada la respuesta armada, en el caso de la hoz. ¡Leches!, pues claro que estaba justificada. Pero mi airada respuesta dio pie a otras, como que por qué no disparó el funcionario. Para esto sí que no tengo contestación. Yo no soy ni la víctima, ni el testigo. Yo estaba en mi casa de Cádiz, leyendo un libro en mi cómodo sofá, cuando todo esto estaba acaeciendo en el Bierzo. En cualquier caso, ¿seguro que el benemérito no efectuó disparos? La noticia no dice ni que sí, ni que no. Lo que sí dice es, que la autoridad judicial ha decretado el secreto de las actuaciones. También sabemos, en virtud de lo que cuentan los noticieros, que tanto el actor A como el B fueron evacuados en ambulancia; si bien, nada dicen de la razón del traslado sanitario del criminal.

A ver, que lo mismo el guardiacivil no recurrió a la Beretta, que lo mismo sí; que lo mismo le metió un balazo al otro, que lo mismo falló el tiro. Por ahora no lo vamos a saber. En cualquier caso, siempre digo que son más los tiros que se fallan en la calle, que los que se aciertan, también en la calle, dentro del mapa anatómico de los malos. Y también pasa que cuando fallamos, aun queriendo dar con todas nuestras ganas, lo ocultamos u omitimos, si los proyectiles no acaban impactando en lugares clamorosamente delatores. Con esta artimaña, en caliente, creemos hacernos un favor, quienes recurran a ella, claro, pero a la larga esta jugada resulta engañosa y peligrosa; pues hacer creer a todo el mundo que somos máquinas usando las armas de fuego, con el escaso y nefasto entrenamiento que recibimos, solo contribuirá a perpetuar la mentirosa, económica y mierdosa formación que se imparte a nivel oficial.

Uno de mis wasapeadores me espetó, policía él, que tenemos demasiado miedo a los jueces y fiscales, a la justicia, y que por eso somos tan reacios a la hora de abrir fuego, aunque la situación nos haga pensar que sí, que ha llegado la hora que apretar el gatillo. Por cierto, permítanme la licencia de escribir en primera persona, como si todavía fuese policía en activo. Sigo. Vale, es verdad, a nadie le gusta verse investigado por nada, menos aún por asuntos de estos, aunque pudiera parecer que los taponazos estaban más que justificados. Pero igualmente es cierto, como poco igual que lo otro, que la mayoría no sabemos reaccionar y responder, y que se salve el que pueda, ante atentados de este tipo: súbitos y a muy corta distancia. Y no sabemos por qué ni las administraciones nos forman, ni nosotros tampoco lo exigimos. Al revés, muchos policías, pero muchos, muchos, muchos, pasan tres kilos de ir al tiro, por lo que, cuando van, tiran de cualquier forma, sin interés y sin ganas, y hasta intentando escaquearse para irse pronto, a ser posible sin disparar. Quien niegue o quiera rebatir que esta es una extendidísima realidad, no merece mis respetos, porque no solo pretendería engañarme a mí, que a estas alturas ya es imposible, sino que estaría mintiéndole a miles de iguales.

Esto es como la pescadilla que se muerde la cola. Me explico: si tenemos miedo es sencillamente porque no sabemos cuándo podemos disparar. Y si no sabemos en qué casos hay que disparar es, también sencillamente, porque no nos han adiestrado profunda y adecuadamente. Y no nos han adiestrado bien, otra vez sencillamente, porque quienes deben tomar decisiones al respecto no saben un carajo de todo esto; o, si es que saben, se pasan sus responsabilidades por la bolsa escrotal. Pero esto pasa, sobre todo y por encima de todo lo anterior, porque nosotros mismos tampoco queremos ser entrenados como Dios manda. A veces pienso que tenemos lo que nos merecemos. Convénzanme de lo contrario, por favor, es muy triste y lamentable irse a dormir creyendo ser un miserable consentido. Nuevamente me inmiscuyo, hablando en primera persona, porque en el fondo sigo sintiéndome policía.

Por último, y ya acabo, espero que el compañero herido en La Torre del Bierzo se reponga pronto y totalmente de sus lesiones.

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