Muy a su pesar, Juan Cadenas se ha convertido en uno de los rostros más mediáticos del panorama policial español en los últimos días. Una terrible agresión cometida por unos delincuentes hace casi 2 años en Puerto Serrano (Cádiz) le costó un ojo y a punto estuvo de provocarle la muerte. Ahora, su vida vuelve a ser noticia por 2 motivos: uno lógico y tardío, la celebración del juicio contra sus 3 agresores, los hermanos Cachimba; y otro, la sangrante, ilógica y surrealista decisión del INSS de concederle una pensión del 55%, y otorgarle el 100% de pensión a su principal agresor.
En UltimoCartucho hemos hablado con Juan, el agente de policía local del Puerto Serrano agredido, quien nos ha contado en primera persona todo lo vivido aquel fatídico día; y simultáneamente con Ernesto Pérez Vera, habitual colaborador de esta publicación y una voz más que autorizada para hablar de enfrentamientos armados a vida o muerte como el de Juan, o como el que él mismo padeció.
Entrevista a Juan Cadenas
– El próximo 17 de enero se cumplirán 2 años de un suceso que dio un vuelco enorme a tu vida. ¿Qué ha cambiado en el día a día de Juan desde que aquellos temibles delincuentes se cruzaran en tu camino?
Pues te lo resumo en tres puntos. El primero, el cambio físico: ya no soy el mismo, por mucho que me digan lo contrario. Se me para la mente y el pensamiento, cada vez que me hacen una fotografía o me veo en una anterior a aquella noche. Después está el cambio en mi forma de ser. He pasado de ser una persona abierta y sociable, a ser todo lo contrario. Parece que estoy esperando el siguiente asalto, como si fuese un boxeador. Y por último, echo muchísimo de menos mi trabajo. Deseo que suene la alarma del móvil a las 5 de la mañana, para coger la carretera de Ubrique en dirección Puerto Serrano. Añoro escuchar el ruido del velcro del cinturón, el sonido de la cerradura del armero y de la taquilla, mirar la recámara de mi arma y salir a la calle a disfrutar del servicio.
– ¿Qué recuerdos tienes de todo lo acontecido aquella fatídica jornada?
Muchos. Muchísimos, aunque es cierto que algunos instantes importantes no los he recuperado mentalmente, como por ejemplo el momento en que la puñalada de cristal me entró por la boca, rajándome el paladar blando y deteniéndose a escasos milímetros de la yugular. Pero hay dos cosas que recuerdo perfectamente. Una es lo que sentía en cada instante. Al principio de todo, cuando íbamos en persecución, sentí miedo. Miedo a que atropelláramos a alguien. Hasta pensé en una niña, no sé por qué, pero posiblemente fuese porque estábamos circulando a gran velocidad cerca de un parque infantil. En ese momento ya era consciente, por quien era el conductor perseguido, que nos estábamos metiendo en un buen fregado.
Durante la detención practicada en el interior del pub en el que se refugió el fugado, sentí satisfacción por mi trabajo, por coger al malo. Pero después sentí mucho agobio mientras intentaba contener al detenido y evitar que me agrediera, teniendo que auxiliar, a la vez, a mi compañero que estaba siendo atacado por el hermano y el sobrino del arrestado. Cuando llegamos a la Jefatura pensé que ya se había acabado el mal trago y que la parte más dura del trabajo estaba hecha. Ya solo quedaban las formalidades legales escritas: instruir diligencias y efectuar el traslado hasta los calabozos de la Guardia Civil. Pero al comprobar que los 2 familiares del privado de libertad nos habían seguido y, sobre todo, sabiendo que las medidas de seguridad de la puerta de la Jefatura no les podían impedir el acceso, supe que todo iba a ir de un modo muy diferente a lo habitual.
Rápidamente fui conocedor de la gravedad de la situación, de quienes tenía enfrente de mí y de quien venía en camino (el tercer hermano). En ese momento me sentí muy sólo. Llamé por teléfono a mi binomio, al policía con el que habitualmente patrullaba, pero esa noche por desgracia estaba libre de servicio. Con él iría a patrullar al mismísimo infierno. En ese momento, cuando a la vez que con una mano aguantaba el teléfono y con la otra sujetaba al detenido, que cada vez se mostraba más violento, experimenté desesperación. Necesitaba otros 2 brazos…
Cuando escuché los golpes en la puerta y vi caer los cristales, me atrapó la incertidumbre por saber qué armas traerían para hacerme daño y lograr la liberación del detenido. Hasta me puse de pie, pues hasta entonces había estado agachado intentado mantener inmovilizado al detenido, que se había tirado violentamente en el suelo. Pensé que llegarían con un cuchillo de cocina, con una navaja, con un machete de monte o con una escopeta. Pero nada de eso, lo que vi en sus manos era un trozo de cristal. Sentí como si un castillo de naipes se derrumbara sobre mí. En esa arma no había pensado jamás, ni nunca nadie me había hablado de tal posibilidad. La duda se adueñó de mí y la palabra proporcionalidad se encendió en mi cabeza como si fuese un rótulo luminoso. Y claro, enfundé la pistola. Después no me dio tiempo a sentir nada. No tuve tiempo: me estaban intentado acuchillar, hasta que lo consiguieron entre 2. Percibí la extraña sensación de que el tiempo se detenía. Y sin saber cómo, vi la cara del principal agresor mirándome fijamente. También recuerdo una imagen de mi mano derecha encañonándolos de nuevo. Los tuve a mi merced, sin ser consciente de ello. Ahí solo pensé, «que le den por culo a la Policía, me quiero ir con mi Daniel». Ya montado en el coche patrulla, a pocos metros de la Jefatura, me di cuenta que había dejado escapar la oportunidad de hacer justicia. Ese sentimiento no me ha abandonado aún.
– ¿Cómo definirías tu actuación policial de aquel día?, ¿cambiarías algo de tu forma de proceder?
Teniendo en cuenta el resultado final, sería absurdo decirte que todo fue perfecto. Pero por ciertos temas, permíteme que valore únicamente mi actuación. Ahora sé que percatado como estaba de que los parientes del detenido nos seguían, no debí pararme en la Jefatura. Podría haber esperado refuerzos sin sacar a detenido del vehículo. Y, por supuesto, hubiera disparado al que entró por la fuerza en la Jefatura empuñando el trozo de cristal. Quien dude de esto, no me conoce. El juez te da la oportunidad de la defensa, el cura no.
– Ante el inminente ataque y la continua violencia esgrimida por los agresores, ¿por qué crees que no te defendiste con tu arma de fuego reglamentaria?
Los policías tienen 2 problemas fundamentales: la escasa formación y que son continua y vilmente engañados. No se forma adecuadamente a los policías en el uso del arma de fuego. Un policía en España, por norma general, no sabe disparar en situaciones de estés y a corta distancia. Los pocos ejercicios de tiro que se realizan se efectúan a modo de «torneos olímpicos», para ver quién puntúa más. Y el segundo error, y para mí el de mayor gravedad, es que a los policías se les miente sobre la jurisprudencia relacionada con la legitimidad defensa, en cuanto al empleo del arma de fuego frente a agresores como los que yo tuve. Desde mi humilde opinión, mi caso fue muy complicado por el tipo de arma que portaba el malo. Yo estaba metalizado para afrontar enfrentamientos armados más estandarizados, pero de igual modo me habían engañado. Sigo escuchando con estupor cómo muchos de mis compañeros dicen que hice bien al no disparar. ¡Pero si sigo vivo por un centímetro!
– ¿Cuál había sido tu formación policial hasta el día en que sufriste esta terrible agresión?, ¿cuántos disparos habías realizado con tu arma de servicio y en qué condiciones: sobre un blanco inmóvil de galería, en situaciones de estrés, tiro en movimiento…?
Con la Policía Local de Puerto Serrano había estado en 2 tiradas, a lo largo de los 9 años de servicio. Hice principalmente tiro deportivo, tirando a 1 y a 2 manos, desde distancias de más de 7 metros. También hicimos ejercicios en movimiento y con parapetos, pero igualmente a distancias no más cercanas de 5 metros. Después, a nivel individual, fui varias veces a tirar con un amigo de la Policía Nacional. Pero tirar no siempre es entrenar. Eso sí, el desenfunde y el enfunde lo practicaba durante casi en todos los turnos. Hasta le quité un sistema de retención a mi funda, dado que tenía 3 retenciones y yo consideré que eran excesivos para poder realizar una extracción rápida y eficaz, en una situación de emergencia.
– ¿Consideras que como agente de policía local estabas suficientemente preparado o formado para hacer frente a una agresión “a vida o muerte”?
A la vista está que no. No morí de milagro.
– Desde tu propia experiencia, ¿qué o quién falla en la formación profesional de las fuerzas del orden en España?
Falla el sistema policial en general. ¿Qué podemos esperar de la Consejería de Interior de la Junta de Andalucía, cuando no permiten que los policías locales lleven armas durante los meses de prácticas? Pero también fallamos los propios policías, pues somos nosotros los que más alimentamos la leyenda negra de que «como dispares, la cagas». Pues no, no es así, señores: ¡se puede disparar! Después está la dejadez de los sindicatos y de los mandos. Estos son los responsables de dar y/o exigir el correcto adiestramiento de las plantillas. Pero claro, es más guay organizar los actos del día del patrón, para colgarse y regalarse unos a otros alguna que otra medallita.
– Hace unos días se hizo público el dictamen del INSS por el que se te ha concedido una pensión del 55%, mientras que a tu principal agresor y causante de tus graves heridas, le han otorgado el 100% de pensión. ¿Cómo valoras esta decisión?, ¿a qué motivos crees que obedece?
En un país serio no se daría esta situación. ¿Acaso alguien piensa que en EE.UU., en Francia o en Inglaterra, un policía que por cumplir con su deber y sufrir una incapacidad va a ser penalizado económicamente? Yo no me lo imagino.
– Aunque el INSS te haya dado la espalda, durante estos 2 años sí que has recibido numerosos apoyos, condecoraciones y reconocimientos públicos y privados. ¿Con cuál de ellos te quedarías?
Con uno discreto que me hicieron los compañeros de la Policía Local de Arcos de la frontera (Cádiz). Fue al principio, sin publicidad. Noté mucho cariño.
– Y relacionado con la anterior pregunta, ¿qué o quién consideras que te ha fallado?
El alcalde (IU) que había en Puerto Serrano cuando se perpetraron los hechos. Es muy duro ver desde la cama del hospital como el padre de los que te han intentado matar ofrece una entrevista en el Consistorio y que tu alcalde-jefe llama «enfermos mentales» a tus homicidas. Eso es durísimo e imperdonable.
– Por último, en menos de 2 meses está prevista la celebración del juicio contra tus agresores. ¿Qué tipo de sentencia consideras que haría justicia?
Lo he dicho antes, para mí la verdadera justicia la dejé escapar la noche del 17 de enero de 2015. De la Justicia espero una condena ejemplar, no cabe otra, porque ese día no solo se estará enjuiciado mi caso, ese día se estará poniendo sobre la mesa el valor que los jueces nos dan a los policías.
Entrevista a Ernesto Pérez Vera
– ¿Cuándo y cómo conociste el caso de Juan Cadenas?, ¿es, o podría haber sido, el protagonista de alguno de los capítulos de tu libro “En la línea de fuego: La realidad de los enfrentamientos armados”?
Conocí a Juan al mes y pico de haberse producido su atentado. Desde que oí en la radio lo ocurrido, supe que terminaría contactando con él. Le di tiempo, pero cuando lo llamé y le dije que quería verlo y regalarle un ejemplar de “En la línea de fuego”, no puso objeción alguna. Me trasladé hasta su localidad y hablamos largo y tendido. Nos vemos con frecuencia y hablamos mucho por teléfono. Me atrevo a decir que hoy somos muy buenos amigos. Decir, ya que estamos, que muchos de los agentes de la autoridad que han sobrevivido a enfrentamientos armados desde que se publicó el libro en abril de 2014, han recibido ejemplares de la obra. Piensa en los casos más sonados y acertarás.
El caso de Juan Cadenas hubiese sido un estupendo capítulo de la obra firmada por el psicólogo clínico Fernando Pérez Pacho y por un servidor. Pero te recuerdo que en “En la línea de fuego” aparecen varios casos similares a este, más de uno también con lesiones graves de por medio, aunque en algunos de aquellos incidentes si que los cuchilleros recibieron balazos.
– Desde tu perspectiva como instructor, la misma que utilizas para analizar los distintos casos recogidos en tu obra, ¿cómo valorarías la actuación de Juan en este suceso?
La actuación la valoro desde el principio, desde que Juan presenció en la vía pública hechos con caracteres delictivos y los persiguió, aun sabiendo que se iba a enfrentar a desalmados capaces de cualquier cosa. Juan hizo lo que tenía que hacer, algo que, por duro que resulte decirlo, no hacen todos los policías que conozco: afrontar con coraje y compromiso lo que el servicio depara. No miró hacia otro lado, que es lo cómodo y fácil, y se enfrentó a un delito contra la seguridad vial y a otro de desobediencia grave, insisto que incluso dando por sentado que la cosa iba a terminar violentamente.
Lo que más valor le da a todo esto es que Juan y su compañero eran la única fuerza policial presente aquella noche en la población, algo que pone de manifiesto la supina incompetencia de quien establecía el orden de los servicios y los cuadrantes. Con el alto índice de criminalidad que presenta Puerto Serrano, algo por todo el mundo conocido, tendrían que haber, como muy poco, 2 parejas trabajando a todas horas. Qué menos que eso (era sábado). Porque encima y para colmo, la Guardia Civil no siempre cuenta con efectivos en la población, como ocurrió aquella noche: había una patrulla para toda la comarca (numerosos municipios), pese a existir un cuartel en el pueblo, hallándose la única patrulla a más de 40 minutos de Pto. Serrano. Algo así, muy así diría yo, se presenta en el capítulo 5 de mi libro.
Dicho esto, una vez se desató la feroz batalla física dentro de las dependencias policiales asaltadas por quienes querían liberar al ya detenido, en lo que recuerda a un clásico episodio del salvaje oeste americano, Juan luchó hasta la extenuación para evitar que el arrestado fuese liberado. No obstante, me consta que nuestro protagonista llegó a desenfundar y a alimentar la recámara de su pistola al ver ante él a un energúmeno amenazándolo de muerte, con una lasca de cristal en la mano. Pese a que las maniobras descritas parece que las ejecutó con la celeridad oportuna, gracias a que por su cuenta las entrenaba en seco casi a diario, le faltó lo que jamás había hecho: disparar a tan corta distancia (a menos de 2 metros), en un acto repentino tras la introducción del cartucho en la recámara. Juan hizo lo que entrenaba, por lo que no pudo hacer lo que no entrenaba: sacar el arma, cargarla y disparar, todo en un santiamén. Eso es que le faltó.
– ¿Por qué crees que desenfundó su arma y decidió guardarla sin llegar a disparar?
Se topó con la omnipresente loza mental del miedo a la repercusión judicial futura. Si en 9 años de servicio solo había ido 2 veces a disparar y ambas veces se le había inoculado la peligrosa, falsa y bastarda idea de que jamás nos podemos defender a tiros sino es contra tiros, pues ya está, ahí lo tienes. Las 2 veces que fue colocado en la línea de tiro no tuvo ante sí a un instructor que conociera la dinámica de los enfrentamientos armados. Como sin lugar a dudas tampoco conocía el ordenamiento jurídico, en lo relativo a qué es y cómo se aplica el artículo 20 del Código Penal, el que exime de la responsabilidad criminal, entre otras razones mediante la legítima defensa. Apuesto lo que sea que la palabra jurisprudencia, ni por asomo la conocían aquellos instructores. Sin embargo, Juan me cuenta que su profesor de tiro en la Academia sí le había inculcado que frente a armas blancas cabía el disparo defensivo. Pero jamás nadie le había dicho que no solo cabe el tiro frente al filo, sino que también cabe contra cualquier instrumento capaz de lesionar gravemente, cual pudiera ser un trozo de cristal, un destornillador y hasta los puntapiés en la cabeza. Y esto es lo que, sin duda, impidió que Juan soltara unos cuantos tiros aquella maldita noche, dado que su homicida particular estaba armado con un pedazo de vidrio.
La misma formación tendría el otro policía presente en la escena, sino hasta peor, porque no consta que disparara contra quienes estaban tratando de matar a Juan. Creo que ni desenfundó, ante la que les estaba cayendo.
– Sobre la violenta agresión a Juan se ha instalado con fuerza el foco mediático. ¿Qué diferencias ves entre este caso y el de otros muchos profesionales que también conoces?, ¿crees que es positiva la mediatización del caso para denunciar este tipo de situaciones?
Sin lugar a dudas, veo muy positivas las manifestaciones públicas de Juan. Están calando en diversos sectores. Pero aunque no te lo creas, entre los propios policías va a seguir imperando la idea de que es mejor dejarse matar o medio matar, antes que disparar para salvar el pellejo. Lo que yo te diga: gente que ha oído a Juan decir que se arrepiente de no haber abierto fuego y que la Justicia lo hubiese amparado, sigue pensando que no, que es mejor no disparar y que salga el solo por donde quiera salir. O sea, que hay quien no quiere ver la realidad, para no tener que llevarla a la práctica, seguramente para alegar después desconocimiento. Es una arcaica forma de camuflar la desidia, el desinterés y la cobardía. Esto ha sensibilizado más a la ciudadanía, a los periodistas y a los juristas, que a los propios miembros de la comunidad policial.
Juan está recibiendo apoyos sinceros, no me cabe la menor duda. Lo sé. Me consta. Pero también están acercándose a él personas que anhelan rascar rédito profesional, sindical, político y hasta mediático. Pocos o ninguno de los que ahora se arriman sibilinamente al caramelo, estuvieron con Juan y con su familia en el hospital el día de autos y los días siguientes. Lleva 2 operaciones oculares, pero tampoco todos se interesaron por él y por su ojo durante la segunda intervención. Deja que te cuente algo que me afecta directamente: algunas personas cercanas a mí están clamando al Cielo por Juan y por lo que le ha sucedido, sin embargo cuando yo pasé por algo similar, llevando ya en el cuerpo 7 intervenciones quirúrgicas, ninguno de estos pidió para mí lo que ahora piden para Juan, aun compartiendo plantilla conmigo. Llámale envidia, porque tal vez lo sea, como yo mismo se lo he confesado a Juan. El propio Juan está recibiendo más apoyo proveniente de fuera de su plantilla que de dentro de ella, como suele pasarle a casi todos los que sobreviven a tiro limpio o resultan damnificados por hechos de esta naturaleza. Conozco infinidad de casos similares. Y esto, que puede parecer una mera frivolidad, causa un enorme daño emocional, de difícil y complicada superación.
– La vida de Juan se truncó porque desarrolló su trabajo policial con todas las consecuencias. Tú, que sueles ser muy crítico con muchos agentes con poca vocación o falta de profesionalidad, ¿qué les dirías ahora?
Juan es policía de los pies a la cabeza, como pocos conozco. Juan era un vicioso del trabajo, un currante nato que lo daba todo, aun cuando le adeudaran nóminas (caso del día de autos). Así los hay en todos los cuerpos, pero son pocos y están muy mal mirados por las mayorías, que por descontado pertenecen a otros perfiles profesionales. Aun así, ya lo he dicho mil veces: los mejores policías que conozco no son, ni por asomo, expertos en tiro y manejo de armas. Ser policía de los buenos es otra cosa. No obstante, si al compromiso y a la seriedad le sumas conocimiento sobre las normas jurídicas de aplicación diaria, conocimiento sobre las circunstancias sociales y delincuenciales de la demarcación y destreza con la pistola, amén de dominio de lo establecido por el Tribunal Supremo respecto a la legítima defensa, entonces la sociedad contaría con una verdadera máquina a su servicio. Pero reunir todas estas características en un mismo individuo no es tarea fácil. Y cuando surge alguno (los hay), suele ser igualmente defenestrado por la superioridad y maltratado por sus propios compañeros. A las ‘rara avis’ se les cortan las alas o se las enjaulan, porque a los demás no les gusta quedar con el culo al aire. Muy pocos llegan lejos, pese a lo que suelen ser felices si los dejan trabajar.
– ¿Qué crees que le falta al colectivo policial y a la sociedad en general para que casos como el de Juan no vuelvan a repetirse en España?
Seguirán perpetrándose casos de este perfil y calado, no tengas duda. Falta muchísima formación, más bien interés por la formación de calidad. Y falta porque se da por bueno lo más barato y rentable mediática, política, social, sindical y económicamente. Nosotros mismos no queremos ser bien formados de verdad, y que se salve el que pueda, que a Dios gracias cada día son más. Hay quien reclama más formación, solo para destacar dentro del grupo. Lo he visto mil veces. Otros no, claro está, porque gente con ansias de mejorar siempre hay, mas no abunda. Muchos creen que la buena instrucción de tiro pasa por hacer más disparos al año o por pegar los mismos tiros, pero dirigidos por alguien de renombre en las instituciones o en el terreno deportivo. Y esa no es la solución. El cambio ha de ser radical.
En todos los cuerpos habría que realizar anualmente más disparos, esto es algo que no tiene discusión. Muchos especialistas consideramos que un tirador seguro y eficaz de la Policía, debería consumir un mínimo de 500 cartuchos al año. Esto en España es una utopía. Así pues, como sabemos que no lo veremos en siglos, debatamos sobre qué filosofía ha de aplicarse al adiestramiento, sin perder de vista la realidad de los ridículos consumos medios actuales. Darle a un agente más balas para que siga disparándolas como hasta el momento, en estático, sin desenfundar y partiendo con el arma en la mano, tirando desde 7, 10, 15, 20 o 25 metros y disfrutando de tiempos de reacción de ensueño, no vale más que para quemar pólvora y hacerle creer al tirador que ya está preparado para la guerra, cuando tal cosa es bochornosamente peligrosa y falaz.
Si el que enseña no conoce lo básico respecto a los mecanismos neuro-psico-fisiológicos humanos que se activan autónomamente ante situaciones estresantes, como son las que hacen creer al policía que puede morir o resultar gravemente herido, de nada o de muy poco sirve seguir repitiendo coreografías pseudodeportivas delante de una diana. Hay que concienciar e instruir muy bien y de verdad a los propios formadores del ramo, porque no todo es pegar tiros, que algunos ni saben pegarlos. Muchos se niegan a abandonar el confortable estatus del que vienen disfrutando, por lo que a algunos habría que quitarles el destino ante la negativa a progresar. Hay vidas en juego. En muchas partes, aunque se niegue hasta la saciedad, se le asigna el puesto de instructor de tiro a quien, teniendo o no teniendo la titulación (esto me es indiferente, porque muchos de los que más saben de esto no han hecho el curso), busca un destino cómodo y alejado de la calle, por supuesto contando también con la ayuda de un padrino. Y si bien es cierto que hay instructores muy preparados de cara a los enfrentamientos armados, otros muchos no saben nada de esto, sino de cumplir con lo que dice un manual insultantemente alejado de la realidad de la dinámica de los encuentros a vida o muerte.
4s Comentarios
Dexter
Ánimo compañero, muchos estamos trabajando en cambiar las cosas poco a poco, tu testimonio nos será de gran ayuda, en el yo veo un Gran Policía. Un abrazo y Feliz Navidad, también para tí Ernesto, sigue con este excelente trabajo.
UN LECTOR
Quizá el comentario no le agrade al moderador y desaparezca, pero para el caso contrario, y si es como se ha descrito, sinceramente, no me hubiera temblado el pulso en vaciar el cargador en esos indeseables. Si tengo tiempo les advierto, pero seguidamente o ellos o yo, y, repito, no me lo hubiera pensado más. Después ya veremos lo que sucede.
Ernesto Pérez Vera
Lector, con todos mis respetos: una cosa es lo que creemos que vamos a hacer en tal o cual caso, y otra cosa bien distinta es lo que realmente se termina haciendo. A veces se logra hacer lo que se tenía en mente… y a veces no.
Tras entrevistarme con infinidad de personas que no dispararon, me admitieron que siempre creyeron que lo harían.
Ojalá nunca te veas en la tesitura. Pero si te ves, quiera Dios que respondas a tiempo.
Un saludo .
Elgrancampeon
Mucho ánimo.