Aquí lo que hay es mucho miedo a todo. Miedo maridado con altísimas dosis de ignorancia. Ignorancia supina, sobrevenida por la escasa formación impartida por las administraciones públicas. Administraciones desentendidas de todo hasta que no tienen más remedio que pronunciarse, normalmente negando u ocultando sus dejaciones y vergüenzas, cuando no incluso camuflándolas o embelleciéndolas, hasta hacerlas pasar por todo lo contrario. Pero atención, no nos engañemos, la ignorancia también es buscada. Me atrevo a decir que es ansiosamente deseada por quienes no quieren saber, para alegar desconocimiento el día que no quieran, o no puedan, o no sepan qué hacer y cómo hacerlo. No es nuevo en absoluto, se trata de la tan natural y ancestral técnica del avestruz.
Hay gente que no quiere verlo. Gente encerrada en banda. Compañeros que no quieren y punto. De donde no hay, no se puede sacar. Apuesto los 4 pelos que me quedan en la cabeza, que algunos, si pudieran, cambiarían las pistolas por plátanos reglamentarios. No obstante, no son pocos los que en voz baja reclaman formación e información sobre si pueden o no pueden defenderse, cuando otros semejantes estén a punto de causarles lesiones graves, aunque finalmente resulten heridos leves o incluso ilesos; solo que cuando se les explica que pueden y deben disparar en tal o en cual caso, dicen no verlo claro, por más argumentos jurídicos que se les presenten y se les metan por los ojos. ¡Que no, coño! que hay quien no quiere saber para poder parapetarse tras el alegato de la ignorancia y del canguelo mimetizado, cuando le exijan razón de por qué no actuó. Lo hacen, pienso yo, creyendo que con ello ganan un aliado judicial, olvidando que el desconocimiento de la norma no exime de su cumplimiento y que los funcionarios están obligados a hacer lo que la ley les exige hacer, les guste o no les guste hacerlo.
Les muestras 60 resoluciones del Tribunal Supremo (jurisprudencias) que establecen que sí se puede, pero se abrazan a 60 titulares de prensa, para decir que no se puede. Y oye, aunque es cierto que no todas las sentencias son favorables en casos de presumible legítima defensa, la mayoría sí lo son cuando las cosas se hacen bien arma en ristre en la calle y teclado en mano en la oficina de comparecencias. Porque hay casos en los que por escribir mal se zozobró en lo judicial, pese a intervenir bien; como igualmente hay casos mal llevados en la calle, positivamente saldados en lo judicial por haberse escrito bien. Y es que saber amarrar la vaca es, a veces, lo más importante de todo.
Que se salve el que pueda, pero consciente o inconscientemente la mayoría nos aferramos, unos más que otros, a las resoluciones y noticas de contrario y negativo sentido, en aras de poder emplearlas como bandera de la incompetencia propia. Hablo del clásico “yo no lo sabía, porque nadie me lo había dicho”. Y esto es así, cuando lo es, porque en demasiadas ocasiones quienes han de formar en esta materia a los policías y vigilantes, ni saben ni quieren saber, y no me refiero nada más que a los instructores, porque anda que no hay docentes de Derecho que se limitan a leer el temario, sin cuestionarlo un ápice, aunque en la portada aparezca Mister Bean vestido de fallera mayor.
Admito que durante años creí que los que pensaban de esta absurda manera eran los abundantes y eternos gandules que, en cierta proporción, nutren todos los cuerpos de seguridad. Pero hoy reconozco, tengo que decir que con cierto dolor, que fofitos de este nivel haylos incluso en el segmento profesional de los que curran mucho y con ganas, mas sin saber una mierda de estas cosas. Este contrasentido me trae la cabeza loca. Sé de policías que partiéndose la cara a diario ahí fuera y estando al día de todas las reformas legislativas de aplicación policial, viven pertinazmente convencidos de que cuando recibieron el nombramiento de funcionarios se comprometieron, tácitamente y a la par, a dejarse matar a puñaladas, a patadas en la cara y hasta a martillazos, por dar por bueno el falaz discurso de que contra homicidas de este perfil nadie puede aplicar el constitucional y natural derecho a defender su vida. Cuánto talento desaprovechado y cuánta jurisprudencia ida por el desagüe del váter. Qué pena, Dios mío.
Como me acaba de decir mi amigo McGinley, policía nacional español de ascendencia gringa, en este país hay más tontos que personas. Piénsenlo durante unos segundos: más tontos que personas puede significar, en modo irónico, que al igual que todavía los Homo sapiens caminamos sobre la faz de la Tierra, pudiera estar poblada nuestra nación, y más concretamente mi gremio profesional, por cierta cantidad de “Homo cyrtaes” o hombres cretinos. Que contemos en nuestras filas con insulsos policías convencidos de su incapacidad legal para defenderse ante machetazos o garrotazos con entidad de matar, no es lo peor de todo. Allá ellos y su parentela. Lo malo de verdad es que estas personas dejarán que maten a tu madre, a mi hijo, a tu primo, a mi abuelo, a tu sobrina, y hasta a ti mismo, si ven que están a punto de acuchillarlos o de aplastarles el cráneo. Ya ha pasado y me temo que seguirá pasando.
1 Comentariro
Pablo
Claro y meridianoby cierto es que muchas desgracias evitables nos quedan por ver.