SIN DIMES Y DIRETES MIENTRAS SIGUEN MATANDO POLICÍAS

El caprichoso destino ha querido que hoy, justo cuando casi se cumplen 2 años de un suceso muy similar al acaecido esta misma tarde en pleno centro de Valencia, me vea obligado a rescatar y actualizar uno de mis antiguos escritos. Esto que van a leer a continuación lo escribí hace tan sólo dos añitos, a colación de un enfrentamiento armado entre una pareja de guardias civiles y un ciudadano violento que los recibió como si de un matarife se tratara, con el filo en la mano. Casualidades de la vida, aquel individuo gozaba de cierta popularidad al ser miembro de un destacado grupo musical, lo que propició que se juzgara de forma cobarde y arbitraria la labor de los dos guardias. Hoy, nos topamos de frente con un suceso muy similar, aunque con una importante salvedad: en esta ocasión, uno de los dos policías protagonistas del enfrentamiento ha sido tristemente asesinado.

Ha ocurrido hoy, en la calle Sueca de Valencia, justo cuando 2 agentes de policía se han personado en el domicilio de un sospechoso y éste, de nuevo como hace poco más de dos años, los ha recibido a punta de cuchillo. Y es ahí, a distancia de escupitajo y en un servicio tan cotidiano como una identificación o una detención, donde todo ocurre, donde los de azul, verde, o negro, morimos o sobrevivimos, donde se decide el o tú o yo… Lean y reflexionen:

Sé que lo que voy a decir puede sonar a cómoda y barata valentía; a pedantería, tal vez; a paparruchas de listillo parapetado en un burladero. Sé que es muy fácil teorizar desde mi segura mesa camilla. Podría parecer hasta un cobarde por rodearme de mullidos cojines, de buenos alimentos, de fieles amigos y de parientes que me quieren, alejándome de los riesgos que antaño me proporcionaba trabajar en la calle. Pero cuántas veces hemos pasado ya por esto. No sé si será normal o qué, pero al parecer es legal. A ver, hablo de que en España se judicializa todo acto en el que una persona hace que otra pierda la vida. Si conduciendo un vehículo atropellas y matas a alguien, acabarás, sí o sí, en el juzgado; lo que no siempre implicará ni detención, ni imputación, ni condena. A partir de ahí, a partir de estar delante de la autoridad judicial, se verá qué rumbo toma el pertinente procedimiento judicial. Si estas acciones no son normales, desde luego las hemos normalizado.

Cuando lucimos placa, y yo ya no lo hago, porque ya no soy policía, nos exponemos a que alguien quiera eliminarnos, como del mismo modo podríamos hacer nosotros con ese alguien, si es que nos da tiempo y sabemos hacerlo. Es suerte, casi siempre, buena o mala, pero suerte. En los últimos tiempos parece que cada vez son más los policías españoles, de todos los cuerpos, que disparan a quienes consideran un riesgo grave e inminente para la integridad propia o de terceros.

Los tiros no garantizan la eliminación eficaz de todos los riesgos, pero muchas veces son la única salida. Si bien el fuego de las armas es el último recurso, entre el primero y este no suelen existir otros medios a los que echar mano. Según el caso concreto, meterle plomo a una persona unas veces parecerá más justificado que otras. De todos modos, tras conocerse los hechos a través de los medios de comunicación, todos nos aventuramos a dar públicamente nuestras opiniones. En ocasiones, solo en ocasiones, los datos publicados y conocidos oficiosamente nos pueden hacer recelar de la racionalidad de la respuesta policial. Pero estas, afortunadamente, son las menos veces. Ahora bien, abundan los pesimistas especializados en sacarle punta a toda intervención ajena. Gusta poner en la picota a los protagonistas de las intervenciones de este corte. Esto obedece a una mezcla homogénea de ignorancia, de miedo, de envidia, de odio y de aburrimiento.

Los ciudadanos de sana sesera e intelectualmente amueblados, creen, generalmente, que las reacciones de los funcionarios intervinientes en hechos de esta naturaleza se ajustan a derecho; cosa infinitamente cierta, la infinita mayoría de las veces. No obstante, aun cuando desde los primeros instantes se conozcan informaciones con tufillo a que algo no cuadra, que algo chirría, casi siempre habrá quien piense y manifieste que sí, que al tipo que huía con la caja registradora bajo el brazo había que pegarle dos tiros, incluso cuando el arma que portaba era un palo de escoba, que además había tirado en la puerta del supermercado asaltado, al abandonarlo. Pero no, afortunadamente los policías en este país no tienen libertad para hacer tal barbaridad, en contra de lo que consideran muchos ciudadanos legos en temas policiales. Y ojo, que yo he sido policía y para colmo sé qué se siente al verse uno a punto de morir, por la salvaje intención de otro Homo sapiens.

El que quiera malentender mis palabras y sacarlas de contexto, puede hacerlo, pero acreditaría un total desconocimiento sobre mi perfil humano, social y policial. Esta no es la primera vez que un agente de la autoridad, en este caso un miembro de la Guardia Civil (GC), es llamado para declarar como imputado tras dispararle a alguien. Hablo, ahora, de lo recientemente acaecido en la provincia de Pontevedra. Efectivamente, un miembro de la GC ha disparado contra un hombre. Sí, el hombre ha muerto como consecuencia del disparo. Y sí, el funcionario tiene que responder a las preguntas de su señoría, sobre lo que pasó en el interior de aquella cocina. Del mismo modo lo harán, si es que no lo han hecho ya, las demás personas presentes en la escena del suceso. Pero esto no significa, en modo alguno, que el agente vaya a ir a prisión, que vaya a perder su condición de funcionario público, ni nada de eso. Estos son los pasos lógicos, legales y normales que hay que dar, como ya hemos visto mil veces. Confío plenamente en que se hará justicia.

Claro que no es plato de buen gusto verse ante un juez dando explicaciones. Pero menos todavía apetece meterle un tiro a alguien, porque esto siempre supone ser víctima de un atentado grave. Si un policía me dice que tiene ganas de matar a otras personas, seguramente no merezca ni su plaza ni su placa. Descerebrados no, gracias. Si no es por legalidad, que al menos sea por conciencia. Si se tiene que hacer, que solo y exclusivamente sea por pura y total necesidad racional. En las cafeterías es muy habitual oír como los estúpidos lenguaraces, leguleyos sin par, matan todas las noches a cuatro o cinco tíos. Toreros de salón; duelistas del airsoft.

Nosotros somos nuestros peores enemigos. Qué incansables agoreros que somos. Abanderados del pesimismo colectivo, eso es lo que somos. Trompetistas del desánimo, y que se salve el que pueda. Solemos hablar, y yo el primero si ustedes gustan, sin tener repajolera idea. Cada vez que pasa algo como lo ya dicho de Galicia, celebramos juicio sumarísimo y condenamos en Facebook, foros, chiringuitos, gimnasios, etc. Somos grandes y rápidos verdugos. Que si se lo van a follar; que si es mejor no hacer nada y pasar de todo; que si no sé qué; que si no sé cuánto. Vaya mierda. Pero la verdad es que algunos de los que más gritan públicamente exigiendo respaldo judicial, son quienes menos saben sobre la dinámica de los enfrentamientos armados. Suelen ser, qué casualidad, personas que integran las fuerzas de seguridad, llegando en ocasiones a dirigir plantillas enteras, unidades y hasta programas de formación. Muchas veces los que más cacarean son los que más deben de cerrar el pico.

Hace un rato decían, en una red social de cuyo nombre no quiero acordarme en estos momentos, que la normativa nos impide defendernos a tiros cuando nos agreden con armas blancas. El zoquete que se pronunciaba en tales términos, mando e instructor de una fuerza de seguridad, sostenía que, en todo caso, la ley exige estar gravemente herido para desenfundar y, así como que bueno vale…, disparar solamente a partes no vitales. Menudo mendrugo; maldito fecundador de desastres. ¡Cuánta gentuza escondida detrás del sillón!

Es el mismo que la semana pasada vomitó, también a colación del mismo suceso, que el guardiacivil debió desarmar al atacante con sus propias manos. No se detuvo ahí, el embustero este. Dijo, entre otras lindezas más, que como el Taser es ilegal en España que por eso nos enseñan a luchar a trompazo limpio. Vamos, que el muy imbécil se ha creído que todos salimos de la academia siendo clones del inmejorable y fantasioso Chuck Norris. Oigan, que no es broma, que esto lo manifiestan todas las semanas más de cinco y hasta más de diez gilipollas. Y óiganme otra vez, casi siempre se pronuncian de semejante manera individuos de las tres “p”: de la placa, de la porra y de la pistola. Eso sí, admito que en ocasiones también espetan de este modo civiles más o menos relacionados con el mundo deportivo de las armas, casi siempre meros aficionados. Otros piensan que porque hicieron un año de servicio militar, treinta, cuarenta o cincuenta años atrás, ya son expertos en matar a pellizcos. Créanme, bobos así los hay a porrillo.

Manifestaciones con este rango de incoherencia, absurdez e imprecisión no hacen más que menoscabar el ánimo del colectivo. Si ya de por sí, y como norma general, no tenemos meridianamente claro cómo y cuándo defendernos con nuestras armas, porque en el seno de las instituciones policiales casi todo el mundo se lava las manos a la hora de comprometerse con el adiestramiento, pronunciarse tan pintoresca y aventureramente confunde más a “everybody”. No solamente los policías se dan cabezazos para saber qué sí y qué no es lícito, oportuno y racional, sino que la propia opinión pública escudriña, en la basura, en busca de sangre mediática. Con estas ineptas actitudes quien más se desangra es, posiblemente, la propia sociedad.

A propósito, los jueces van a exigir racionalidad en el empleo de los medios defensivos, siendo la palabra “racional” sumamente recurrente en las resoluciones judiciales de este palo, y no tan recurrente el ya más que manido y malentendido vocablo “proporcional”. ¿Pero qué es la racionalidad? Pues la racionalidad es, ni más ni menos, que la capacidad que permite pensar, evaluar, entender y actuar de acuerdo a ciertos principios de optimidad y consistencia, para satisfacer algún objetivo o finalidad. Cualquier construcción mental llevada a cabo mediante procedimientos racionales, tiene, por tanto, una estructura lógico-mecánica. En lo que nos toca a este respecto, hay que empatizar con el actuante poniéndose en su misma situación para saber, o imaginar, hasta qué punto se puede pensar, evaluar, entender y actuar en tan adversas circunstancias.

No digamos más, por favor, que por ser llamados a declarar, como investigados o imputados, vamos a vernos entre barrotes. Esto ocurre las menos veces. Por cierto, insto a los realmente interesados en esta materia a que lean y comprendan las resoluciones judiciales condenatorias. ¡Venga, háganlo! Porque una cosa es lo que percibió la psique del encartado, otra lo que realmente sucedió, otra su respuesta, otra el resultado de la respuesta y otra lo que percibieron los testigos, en caso de haberlos. Luego están el resto de medios de prueba que puedan ser presentados ante la autoridad judicial. Muchas causas no llegan a juicio y se dilucidan durante la fase de diligencias previas. Pero en cualquier caso, casi todas finalizan de modo absolutorio o en otro grado de satisfacción para el poli investigado. Quitar una vida, aun sin que ciertamente se trate de un accidente, no siempre tiene que ser un delito que lleve aparejada una pena privativa de libertad (imprudencias leves, por ejemplo). Tela lo que se aprende leyendo, pero leer no mola, no está de moda. ¡Qué pena!

De verdad, por favor, dejemos de contaminar la mente de nuestros iguales. No más mentiras. Hablemos cuando sepamos por lo menos una pizca, que seguramente no será mi caso. Pero les aseguro que es rotundamente falso que una persona, policía o lo que sea, no pueda defenderse a tiros de quien está a un tris de matarlo. ¡Sí se puede, joder! Y además, para colmo, cada dos por tres conocemos sentencias absolutorias. También es mentira que siempre se pueda desarmar al contrario con las
manos. No solo no se podrá siempre, sino que rara vez se disfrutará de la ocasión y de la formación suficiente para ni siquiera intentarlo con garantías de seguridad. Por supuesto que hay policías muy aguerridos e instruidos que pueden hacerlo, claro que sí, pero apuesto a que no siempre tendrán ocasión de lograrlo indemnemente. Y encima son los menos, frente a los más que no sabemos hacerlo.

¡Ah! Es otra solemne bobada que la pistola de impulsos eléctrico esté prohibida en nuestro país. Es totalmente legal, repito, ¡no es ilegal! Y digo más, cada día se reglamenta más. Eso sí, no es la panacea. Un Taser no se lleva encima para usarlo, a calambrazo limpio, cuando nos estén matando. El Taser está pensado para las cuestiones previas a la desagradable coyuntura de vernos a punto de palmarla. No está pensado para todas las posibles circunstancias y variantes que pueden darse ahí fuera, aunque sí para muchas.

Todos conocemos movidas de policías y particulares condenados, en firme, por emplear armas de fuego frente a indeseables seres humanos; también por utilizar armas blancas, contundentes, los puños y hasta los pies. Pero en el caso de las armas de fuego y de los policías, fijo que hay más absoluciones que condenas. Sin embargo, no le damos publicidad. Aireamos lo negativo, sin perder tiempo en la lectura profunda de las sentencias. Ahí es donde se conocen los pormenores a tener en cuenta y no en los escuetos y desilusionantes titulares de prensa, que cuando no son imprecisos son, muchas veces, totalmente falsos. Dicho todo esto, a veces no hay más remido que comprender la necesidad de la condena, por más daño que nos pueda causar que se cepillen en el banquillo a uno de los nuestros.

Seguiremos cagándola mientras nos ciñamos a creer como verdad verdadera todo lo que comentamos y publicamos a tenor de lo que unos llevan, de lo que otros traen, de lo que otras inventa y de lo que entre todos conjeturamos. La justicia no se sustenta en dimes y diretes, ni en titulares periodísticos.

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