No sé cuántas veces habré oído la dichosa pregunta de: “¿Estarías dispuesto a matar a alguien en un enfrentamiento armado?” Y lo cierto, es que la cuestión no es enfocar la pregunta como si se tratara de matar, asesinar, sesgar o anular una vida porque sí, porque soy un asesino que no tiene corazón ni conciencia.
Esta pregunta, a mi modo de entender las cosas, es mucho más profunda de lo que suena. Primeramente, habría que enlazarla con un contexto propio de la intervención policial en el que el uso del arma esté plenamente justificado, con lo que la idea del asesinato desaparece. Seguidamente, habría que plantearse el hecho de que arrebatar una vida, mandar a alguien al otro barrio a encontrarse con el Todopoderoso, es mucho más complicado hacerlo que decirlo.
La consciencia humana, ese don con el que nos otorgó la naturaleza y que nos acompaña durante toda nuestra vida, es la que nos recuerda constantemente todos nuestros errores. Hay quienes no tienen o prescinden de ella, pero por suerte solo son una minoría de la población mundial. A ello, habría que añadir que en la educación que recibimos hoy en día, la vida de un ser humano aún tiene valor, al contrario de lo que sucede en otros países donde tu vida tiene un mísero precio.
Tampoco hay que olvidar que el miedo es gratis y cada cual coge el que quiere. Me refiero a ese miedo a la repercusión social, penal, laboral e incluso monetaria, ya que como dijo una vez nuestro compañero Juan Cadenas, anteponemos el pago de la hipoteca y algunas banalidades más a nuestra propia vida. En ese momento tan intrínseco como es una intervención policial armada hacemos una valoración de la situación y actuamos en consecuencia de una manera más o menos acertada.
Otra cuestión es la preparación mental del policía. En este sentido, “hay que estar preparado mentalmente y ser consciente de que en algún momento de tu vida laboral puedes encontrarte con un marronazo” de los gordos y tener que ponerte frente a él y tomar el toro por los cuernos. Quien no lo vea así, se equivoca y mucho. Arrebatar una vida humana es algo muy difícil, ya que aunque esa tragedia nos ha acompañado desde que llegaron a la Tierra los primeros homínidos, (sólo hay que ver las numerosísimas guerras vividas que hacen que acabar con la vida de alguien se vea como algo normal), seguimos pensando que este tipo de cosas siempre les pasan a los demás.
No voy a entrar en temas psicológicos que se escapan a la comprensión de la mayoría de los mortales, pero lo que está claro es que los remordimientos siempre te encuentran allá donde te escondas, y a mí no me gusta esconderme, por lo que mentalmente hay que tenerlo, por lo menos claro. Esta preparación psicológica debería empezar de manera temprana en la academia de policía, donde los psicólogos e instructores deberían iniciar un recorrido por ese tedioso, pero real camino, de preparar desde sus inicios a los policías para que pudieren afrontar sus intervenciones desde esa perspectiva, continuando con la profunda reflexión que cada agente debe realizar sobre el tema.
Retomando la pregunta con la que arranca este artículo, yo la reformularía de la siguiente manera: “¿Estás dispuesto a dejar que te maten en una encuentro armado?”. Enfocando así la cuestión se puede contemplar la misma intervención desde otro prisma, pues ahora ya no tienes que matar, si no impedir que te maten, que dejen a tu mujer viuda, a tus hijos huérfanos, a tus padres sin su querido hijo, a tus hermanos sin su hermano pequeño, a tus tíos sin sobrino, a tus abuelos sin nietos, a las mujeres y maridos de tus hermanos sin cuñado, a tus amigos sin colega… y así un sinfín de personas que llorarían tu ausencia, tu falta.
Volviendo a las palabras de Juan Cadenas: “más vale defenderse delante de un juez que no delante de un cura” y esta es una verdad como un templo. Palabras que provienen de una desagradable experiencia que sufrió un compañero, un policía.
Tenemos que ser capaces de enfocar el uso del arma frente a un desgraciado que quiere acabar con nosotros y nuestra endeble vida porque sí, porque él así lo decide en ese momento de gran lucidez, porque se erige en nuestro verdugo y aplica el veredicto de muerte al policía. Aquel que tenga dudas sobre su capacidad mental para arrebatar una vida, que se plantee si sería capaz de dejar que le arrebataran la suya.
¿Acaso nosotros no tememos derecho a la vida, o es inherente a la condición policial el fallecer en acto de servicio cuando tengo una mínima oportunidad de seguir trabajando por y para nuestra sociedad y mis conciudadanos? Mi opinión, y es eso solo una opinión, es que “Un policía vale más vivo que muerto”. Ahí os dejo eso, a cada cual que haga su propia reflexión y saque sus propias conclusiones.
1 Comentariro
Eric
Efectivamente. Buenos planteamientos éticos. Gran articulo