Otra grabación propia de una película. En este caso, además, con nombre cinematográfico porque se trata del asalto a una comisaría de policía de Detroit (Michigan, Estados Unidos). Viendo la filmación podríamos llegar a pensar que aquí, en España, nunca podría pasar algo similar, pero lo cierto es que ya ha ocurrido y lo peor es que podría volver a suceder.
Podemos tildar de espectacular el abordaje que el 28 de febrero de 1983 sufrió el edificio de la Diputación de Guipúzcoa, protegido por una guarnición de la Ertzaintza, cuando diez miembros de la banda terrorista ETA penetraron en sus instalaciones y violentamente sustrajeron 112 pistolas.
Pero aunque desde el ochentaitrés ya ha llovido mucho, existen casos más recientes en el tiempo, como el perpetrado el 17 de enero de 2015 (este año) en la Jefatura de la Policía Local del municipio gaditano de Puerto Serrano. En esta ocasión, cuatro integrantes de una conocida familia de delincuentes autóctonos asaltaron las dependencias policiales y agredieron a los funcionarios que se encontraban allí en ese momento. Como consecuencia de este acto, un agente fue herido en la cara, en la boca y en un ojo con un arma blanca circunstancial, con un trozo de vidrio.
El motivo era bien sencillo y, por otra parte, muy habitual: se trataba de unos hijos de la gran puta que querían vengarse de los policías que minutos antes habían detenido a un pariente, amén de liberar al privado de libertad. Como en las películas de vaqueros, vamos.
Pero no se vayan todavía, aún hay más, que decía Súper Ratón. En julio de 1999, seis miembros de un clan familiar, con un amplio historial delictivo a sus espaldas, asaltaron el cuartel de la Guardia Civil de Sanlúcar la Mayor (Sevilla). Esta gentuza consiguió reducir, a golpetazo limpio, a los cuatro guardias civiles presentes en el cuartel, todos los cuales tuvieron que ser facultativamente atendidos de contusiones y fracturas óseas. En la también sevillana localidad de Dos Hermanas, una turba la emprendió a pedradas en octubre de 2009 contra el cuartel de la Benemérita, consiguiendo lesionar gravemente a dos agentes. Uno de los funcionarios recibió una cuchillada en una mano y al otro le fue propinado en la cabeza un fuerte golpe con un garrote, lo que le produjo un traumatismo craneoencefálico. El lanzamiento de objetos acabó convirtiéndose en un enfrentamiento físico cuerpo a cuerpo.
En Detroit fue una sola persona la que tomó la comisaría. Se trataba de un varón de 38 años de edad. Un tipo del que luego se supo que estaba siendo investigado por su presunta implicación en la violación de una niña de trece años. Pero lo cierto es que la Policía aún no tiene claro qué motivó que este hombre entrara en dependencias policiales disparando con una escopeta. Se especula con la posibilidad de que detrás de su criminal actitud estuviera el juicio al que su hermano menor tenía que acudir al día siguiente. Por cierto, este hermano estaba acusado de matar a tiros a dos personas en un taller mecánico, siendo finalmente condenado a 60 años de prisión.
En el vídeo se ve cómo el tirador abre fuego de modo sorpresivo contra cinco policías, resultando heridos cuatro de ellos. Al parecer, todos eran mandos: cuatro sargentos y un comandante (posiblemente, jefe de la plantilla). Me llama la atención el hecho de que tantos superiores estuviesen juntos a la vez en la recepción del recinto policial. Pero la verdad es que si hacemos un ejercicio de reflexión, recordando cómo funcionan nuestras fuerzas de seguridad, tal vez sea algo normal en determinados momentos del día.
Pero más me sorprende la velocidad con la que todos los funcionarios respondieron con sus pistolas en dirección al escopetero. Tanto es así que consiguieron abatirlo. Una sargento fue la única que no resultó alcanzada por el plomo: su chaleco de protección balística evitó lo que posiblemente hubiese sido una lesión letal. El comandante, por el contrario, acabó siendo el más severamente lesionado. Fíjense en un detalle, nada baladí: los policías no alinean con sus ojos los elementos de puntería de sus pistolas. Tampoco agarran las armas con ambas manos. Y, por descontando, mucho menos adoptan posiciones de tiro estáticas y perfectamente coreografiadas. Ahí lo dejo, pero recalco y subrayo que respondieron a un estímulo totalmente sorpresivo. ¡Ah!, apostaría que no tuvieron que alimentar las recámaras de sus pistolas, ni desactivar seguros manuales.
Las comparaciones son odiosas, lo sé, pero a veces son necesarias. Ahora quiero dedicar unas letras a esos policías nuestros, mandos o no, que pululan por los cuarteles y por las comisarías con sus cinturones tristemente impolutos. Sí, sin pistola, sin un cargador extra, sin grilletes y sin ganas de hacer “na de na”. Suelen ser individuos, aunque también individuas, que como el Guadiana aparecen y desaparecen cual almas en pena. En ocasiones se dejan ver con la camisa o con el polo sacado por fuera del pantalón. Mamarrachos que dan mala imagen, vamos. Descreídos con patas.
Parece que muchos se sienten superiores, o más jefe, si llevan un arma muy pequeñita o incluso si no llevan ninguna. Y si no, los que en determinados servicios se colocan el anorak de tal modo que parece que llevaran una bata de guatiné, para que no se note que van antirreglamentariamente desarmados. Esto me lleva a rememorar, irremediablemente, mil conversaciones mantenidas con compañeros que portan los cargadores a mitad de capacidad, alegando en su defensa y como justificación el alivio de peso que de este modo se autoproporcionan. No sé si son ignorantes a tiempo parcial, excesivamente avispados, o simplemente es que sus cerebros no disciernen por atrofiamiento, pero los dos paquetes de tabaco y el mechero pesan más que el puñado de cartuchos que abandonan en el fondo de las taquillas. Hoy no me apetece definirlos, pero pueden hacerlo ustedes, si es su gusto.
Vale que demasiados no saben usar sus armas, es algo que lamentable y fehacientemente nos consta a muchos de los que estamos metidos en estas arenas, pero en determinados casos extremos hasta el más inútil e impreparado podría ser eficaz con la pistola en la mano, aunque a duras penas sepa sacarle partido en la galería de tiro. De hecho, conozco a muchísimos policías que llevan la pistola confiando en el temor que esto pueda generar en los ciudadanos hostiles. Ni siquiera la portan por seguridad subjetiva para ellos mismos, pues se autoreconocen, eso sí en silencio, tarugos acojonados con el mero hecho de tener que abrir la pistolera. Inconscientes temerarios, de pañal diario. Peligrosos paseantes que, a buen seguro, no harán nunca nada mínimamente arriesgado por nadie.
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Treinta agentes de la autoridad desnudan sus almas ante los autores del libro, confesando qué sintieron cuando se vieron ante la brillante hoja de un machete. Aprende de quienes ya saben lo que supone pegarle un tiro a un tío, o lo que es peor, no metérselo cuando a todas luces era necesario y totalmente proporcionado a la agresión sufrida. No dejes pasar la ocasión de beber de la fuente más fresca.
2s Comentarios
RRL
En España condenarían a los policías por disparele a un pobre necesitado de color que tenia problemas psiquiátricos y le deberían de haber convencido para deponer su actitud poco amistosa..
Ernesto Pérez Vera
RRL, no estoy de acuerdo en absoluto con tu opinión. No se ajusta a la verdad y a la realidad judicial, pero sí que encaja perfectamente en el día a día de las leyendas urbanas. Algunos se forman agarrados al «yo es que siempre he oído eso»; «es que a mí me dijeron que tal y tal»; «yo de esto es que no sé… ni quiero saber».
Lo que digo es fácilmente demostrable.