Nos dicen que aquí nunca pasa nada. Pero mienten. En no mucho tiempo he impartido en la provincia de Cádiz varias conferencias sobre las verdades de las mentiras que nos cuentan a los policías en relación a cómo se producen los enfrentamientos con armas entre los servidores públicos y los antijurídicos, muchos de estos últimos letales personas que padecen enfermedades mentales. Recorro toda la piel de toro, ínsulas incluidas, hablando de las circunstancias técnicas, jurídicas y fisiológicas que suelen estrecharse la mano, casi como si de una constante se tratara, cuando un policía tiene que disparar su pistola contra otros seres humanos, independientemente de que al final dispare o no, acierte o no, hiera o mate.
Los siempre desagradables “o tú o yo” de esta naturaleza no solo se producen en Chicago, Río de Janeiro, Nueva York, Sao Paolo, Madrid, París, Barcelona o Sevilla. Es más, mis registros particulares me dicen que no sólo pueden producirse en cualquier urbe o entidad municipal sino que, aunque pueda no parecerlo, se dan más tiroteos en localidades medianas y pequeñas que en los grandes núcleos urbanos o que en las capitales de provincia. Como muestra cercana de lo antedicho, cómo no mencionar Jerez de la Frontera, El Puerto de Santa María y Algeciras, por ejemplo, donde durante el último semestre de 2018 agentes de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad recibieron ataques de tal magnitud, tanto con armas blancas como de fuego, que en aras de salvaguardar sus propias integridades físicas tuvieron que repeler los acometimientos con sus pistolas. Y claro, la sangre, en según qué casos, tomó el control decorativo de según qué escenas del delito.
Porque sí, aquí, como allí y como más allá, nuestros funcionarios de las tres pes, los de placa, porra y pistola, también sufren atentados provenientes de congéneres afiliados al club de los hacedores de viudas, huérfanos, pena y dolor. Exacto, me refiero a los malnacidos hacedores del mal que tenemos pululando incluso por esta maravillosa, salerosa, soleada y desabrigada zona del sur del sur de casi todas partes: del sur de Europa, del sur de España y del sur de Andalucía. Si nos vamos un metro más al sur, nos ahogamos en el Estrecho.
Un consejo —un ruego más bien—, si no son expertos en la triada que converge en las coyunturas que rodean los encuentros a vida o muerte, aquí y ahora, no se pronuncien ni pública ni privadamente respecto a qué es legal y a cómo hay que hacer las cosas, si, como decía, no dominan los pronunciamientos doctrinales del Tribunal Supremo; si no son especialistas en tiro de supervivencia, que nada tiene que ver con el tiro deportivo ni con el llamado tiro policial de competición; y si nada o poco saben de cómo nos comportamos psicofisiológicamente los Homo sapiens expuestos, súbitamente, a la posibilidad de recibir lesiones graves que pudieran ser hasta incompatibles con la vida. Dejen que para terminar les desmitifique algo: es falso que la mayoría de los policías españoles reciban reproches judiciales cuando desenfundan sus armas, cuando las disparan o cuando lesionan o finiquitan vidas a balazos.