Brent Gleeson, exmiembro del Navy Seal de la Marina de Estados Unidos, en un artículo publicado por El Confidencial el pasado 11 de abril de 2014, confesó: “Una vez, cuando mi pelotón se estaba preparando para una misión en uno de nuestros campos de tiro en Iraq, me olvidé de recargar una de mis pistolas después de la operación de la noche anterior”.
Aquí, en España, tenemos policías que en los inicios de una acción armada han olvidado montar sus pistolas. Otros, no recordaron que ya las llevaban montadas, consumiendo un tiempo vital en hacerlo nuevamente. Y otros, aunque no se lo crean y les parezca mentira, no se dieron cuenta de que tenían que desactivar el seguro manual de sus armas. Esto es, casi siempre, abonar el camino de la sangre propia, ponérselo facilito al contrario. Una oferta que la otra parte no desaprovechará.
Cosas elementales se le pueden olvidar a cualquiera, incluso a un operador altamente cualificado, como nos cuenta este veterano combatiente norteamericano. Gleeson dice que lo suyo no fue un despiste por pérdida de capacidad cognitiva en el fragor de un enfrentamiento, algo que sería comprensible, lógico, y que ciertamente es muy habitual. Pero insisto, aún hay miles de policías, compañeros míos, que cacareando aseguran que siempre tendrán tiempo para reaccionar cuando ya estén siendo atacados, que podrán desenfundar con suficiente celeridad y que mantendrán la calma para recodar que tienen que alimentar la recámara y quitar el seguro de aleta.
Muchos afirman, con vehemencia, que además colocarán los proyectiles en una mano, o en una rodilla, si el agresor blande un cuchillo o una katana; pero que los meterán en el entrecejo si lo que sostiene el delincuente es un arma de fuego.
No solamente es una cuestión de tiempo, que también y mucho, sino de control emocional bajo el enorme deterioro que sufre la capacidad mental ante un “a vida o muerte”. Una merma que, sin duda, afectará a la hora de discernir qué hacer y cómo hacerlo. Luego está lo otro, acertar los disparos en caso de seguir todavía con vida. A veces no he tenido claro si estaba oyendo a un inocente desconocedor de la verdad, a un enorme fantasma, o a un majadero profundamente perdido.
En el libro “En la línea de fuego: la realidad de los enfrentamientos armados”, de la editorial Tecnos, una obra escrita por un servidor y por el psicólogo clínico Fernando Pérez Pacho, podrás comprobar que todas estas cosas suceden en nuestro país con más frecuencia de la deseada, aunque más gente de la cuenta no lo quiera contar. La obra describe, al detalle, cómo se produjeron 22 casos reales protagonizados por funcionarios policiales de sendos cuerpos del Estado, de varios cuerpos autonómicos y de numerosas fuerzas locales, amén de un incidente en el que se vio implicado un agente de seguridad privada. Se trata de 30 entrevistas al desnudo y a corazón abierto, ampliamente analizadas desde el punto de vista técnico y táctico de un instructor de tiro y desde la perspectiva científica de un psicólogo.
Un encuentro armado al uso, un tiroteo, es una experiencia única que marca y que cambia a las personas. Para quienes pasan por ellos, estos acontecimientos no suelen salir gratis ni socialmente, ni psicológicamente, ni profesionalmente, ni judicialmente aun cuando, como realmente pasa en la mayoría de las ocasiones, la Justicia exonere al policía por el resultado de sus acciones defensivas.
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