Viktor Emil Frankl (1905-1997), neurólogo y psiquiatra austríaco, fundador de la logoterapia, sobrevivió a tres años de reclusión en varios campos de concentración nazis, incluidos Auschwitz y Dachau. Dijo el doctor, en base a su experiencia vital y a sus estudios y conocimientos médicos: “Una reacción anormal a una situación anormal constituye un comportamiento normal”.
Es tan cierta tal aseveración como fácilmente demostrable, en el siglo XXI, mediante una peritación médico-científica, reaccione de manera anormal ante un evento emocionalmente caótico un repartidor de butano, un vendedor de fruta o un policía poco o básicamente instruido para resolver situaciones reales, y no de pantomima, en las que es necesario herir o matar a otros seres humanos.
Impulso este, el de tener que afrontar la decisión de eliminar congéneres, para el que la inmensísima mayoría de personas modernas no estamos cerebralmente programadas, aunque la misma mayoría aún no lo sepamos, y que se salve el que pueda.
No me importa mucho que sigan insultándome por defender tales tesis, por mí aprendidas a través de terceros, aunque igualmente constatadas mediante la ciencia empírica, esa ciencia que tanto evoco y que tanto fastidia e incomoda a quienes quieren seguir aferrados a la parte interior del pomo de la puerta de la cómoda caverna platónica.
