Comerse una palangana de palomitas de maíz viendo cómo el camaleónico coronel John Anibal Smith coordina al Equipo A, es un magnífico pasatiempo. Contemplar al enamoradizo capitán Ross Poldark cabalgar por los acantilados, también tiene su puntito (buenas imágenes bucólicas). Y de la mata de pelo del teniente Orry Main, ¿qué?, anda que no liga nada el menda, cojo y todo. Bueno, y qué decir de la puntería del sargento Alvin York: él solito captura a más de cien soldados alemanes en las trincheras de la belle France. Y por último, por aquello de respetar el orden jerárquico, James Francis Ryan, aquel soldado al que hay que localizar y salvar de las balas nazis. Pues bien, todos estos personajes no son más que fabulosos entretenedores, que no titiriteros, maravillosamente adaptados a estupendísimos guiones cinematográficos. Porque en la guerra de verdad, aquella que se desarrolla y libra fuera de las pantallas, la gente sufre, llora y se desangra hasta morir.
Pero pese a tan evidente obviedad, hay quien sigue empeñado en creer que Anibal, Poldark, Orry, York y Ryan son los mejores instructores del mundo, porque al coronel le da tiempo a encenderse un habano mientras cambia el cargador de su Ruger Mini-14; o porque el sargento habla la misma lengua con los pavos salvajes que con los alemanes.
Sin embargo, cuando a Guillermo de Jorge (Santa Cruz de Tenerife, 1976), sargento de Infantería y poeta, se le pregunta si en pleno combate hay lugar para el miedo, contesta que en combate lo que no hay es tiempo. Tiempo, ahí lo dejo. De Jorge, que ha servido con la Legión española en Iraq y en Afganistán, se siente orgulloso de sus labores, si bien podría intuirse que una de ellas le llena el pecho más que la otra. Ha publicado doce libros, y admite que no es un ardoroso (hay que ser muy valiente para reconocerlo en público, siendo de Infantería). Refiriéndose al campo de batalla, dice: “Aquí la muerte no tiene nombre, tiene calibre” (diario El Mundo).
El sargento que por bayoneta usa la pluma y la rima nos habla del tiempo, de la escasez del mismo para hacer cosas bajo el fuego enemigo. Se refiere, en palabras poco poéticas, a que cuando el pellejo está en peligro, por riesgo de ser atravesado, no suele dar tiempo para hacer muchas cosas.
Que todo sucede muy rápidamente es otra lectura que puede sacarse de las palabras del tinerfeño. Y es precisamente por esto por lo que algunos instructores de tiro proponemos, hasta la saciedad, reducir a maniobras básicas y sencillas todas las tareas potencialmente necesarias para preservar la vida, cuando ésta está en juego. Así que, una vez más, doy la lata con la necesidad de adiestrar seriamente a los policías en eso de portar sus pistolas prestas para el disparo. Digamos adiós al tabú de la doble acción.
En fin, este militar canario es de verdad, no es de ficción como los que inundan los teléfonos inteligentes, las teles y los ordenadores. Ha nacido aquí y lucha por España. Es de carne, hueso y sentimientos. Es, sin lugar a dudas, un combatiente de poesía sobre el hombro, y de palabras en tercien. Es uno de los Garcilaso, Calderón, Cervantes y Cadalso del momento. No se afila los codos con una radial, pero seguro que sabe más sobre el combate que los que entrenan enchufados a YouTube.