Una intervención armada, entre otros muchos factores es una mescolanza de sentimientos encontrados, reacciones fisiológicas y psicológicas (como el stress o el miedo), y cómo no, un torbellino de movimiento, dinamismo, de idas y venidas, incluso de carreras. Aquel que conciba la refriega armada como una situación estática, inmóvil, inerte, donde no hay movimiento alguno, es un pobre iluso, un ignorante. Aún estará atrapado en las antiguas teorías y creencias de la estática policial.
Un pequeño ejemplo de ello, muy cotidiano y que todos hemos presenciado, es un simple encontronazo entre dos gallos de corral, dos machotes de postín, un par de ciclados, que acaban enzarzándose en una acalorada discusión que finaliza o se soluciona a mamporros. Con la gran cantidad de movimiento que se genera en una pelea, si se pudiera transformar en energía eléctrica, podríamos iluminar la torre Eiffel durante un mes.
Las peleas llevan aparejadas de manera intrínseca el movimiento, el ajetreo, la actividad, la celeridad… de la misma guisa sucede con los enfrentamientos armados, que no dejan de ser peleas con armas de fuego. Entonces, ¿por qué todavía hay instructores que se aferran a utilizar y enseñar técnicas de tiro estáticas, depuradas, bien definidas? Sinceramente, no me entra en la mollera.
Pongamos otro ejemplo. Algo tan básico y cotidiano que sucede a diario en nuestras calles, como es un ataque con arma blanca (cuchillo, punzón, cúter…), en el que nuestro oponente se encuentra a una distancia media de nuestra posición. Se nos enseña a repeler tal acción desde esa bonita posición estática. Todos conocemos o deberíamos haber oído hablar de la conocida teoría o regla de Tueller, o la regla de los 21 pies. Sobre este tema se han escrito ríos enteros de tinta, pero veo necesario hacer esta pequeña apreciación. El Sargento Dennis Tueller, policía estadounidense perteneciente al departamento de Utah, siempre fue un policía inquieto, que efectuó un estudio sobre los ataques con arma blanca sobre funcionarios policiales.
En su estudio, Tueller partía de la base de que el agente que reaccionaba al ataque siempre portaba el arma en su funda, en la misma condición que cuando trabaja, indistintamente de si portaba cartucho en recámara o no. Por otra parte, había un agresor debidamente colocado a distintas distancias del policía. El malo efectuaba carreras con envite hasta alcanzar al policía. Después de muchas carreras y ataques se llegó a la conclusión muy clara de que un malo malote, a una distancia por debajo de los 6,5 metros aproximadamente de nuestra posición, es muy capaz de abandonar su emplazamiento a la carrera llegando a acometernos varias veces antes de que seamos capaces de extraer el arma de la funda. Con lo que eso significa.
El tiempo medio necesario para recorrer ese espacio es de 1,5 segundos. Vamos a analizar la situación: la primera circunstancia vendría dada por lo inesperado de la agresión. Tengamos en cuenta que vemos cómo una persona se encuentra a nuestro parecer tan lejos de nuestra ubicación, que parece imposible que invada nuestra zona de confort. Y de pronto, ante la estupefacción y asombro del policía, que no se lo espera porque el sujeto no había dado muestras de una agresividad patente, ¡zasca!
Ante nuestras intervenciones policiales estaría bien aplicar nuestros conocimientos en comunicación no verbal, para poder intuir un posible ataque. Pero vamos al lío. El presunto agresor ha conseguido llegar hasta nosotros en cero coma, ¡¡ayyss!! Poco margen de reacción. Tengo que sacar el arma de la funda y si no llevo cartucho en recámara tendré que montar la pistola, con lo que necesito más tiempo para reaccionar. Se me está amontonando la faena… A esta situación le podemos añadir la falta de práctica o el escaso trabajo en el desenfunde de la pistola, el montaje del arma, en el tiro de cadera, la defensa a una mano, etc, todos ellos factores harto importantes para poder disminuir nuestro tiempo de reacción, que en definitiva es una de las premisas más importantes, ser rápido.
Para trabajar la extracción del arma de la funda no es necesaria una galería de tiro, cualquier sitio es bueno para practicar. Todo forma parte del trabajo en seco, de la repetición, de la interiorización de lo que trabajo. Todo esto sumado nos da una reacción muscular inconsciente, instantánea, rápida, veloz. “Será esa memoria la que conjugará nuestras líneas de actuación”. Esta reacción no pasaría por el pensamiento lógico, por lo que se efectuaría simplemente y ya está. Frente a un ataque de esta índole, no hay una solución matemática perfecta, en la que dos más dos son cuatro; ¡qué va! para nada, o quizá sí, cosa que yo desconozco. Para mí el problema radica básicamente en quedarse quieto, inmóvil, petrificado, bloqueado, como el convidado de piedra. Que será lo más normal si solo trabajamos técnicas de tiro y posiciones estáticas. ¡¡Coño!! “Es para lo que me han preparado, lo que me han enseñado, como me han formado, lo que he trabajado, lo que practicado!! No sé hacer otra cosa!!» Soy una presa fácil, una víctima, una baja más de la incompetencia de algún instructor obsoleto.
Por el contrario, si consigo moverme, desplazarme, salir de su línea de ataque, puede ser que tenga una oportunidad de poder sobrevivir a la agresión. ¿Pero hacía donde me desplazo, hacia delante, hacia atrás, hacia a un lado o hacia el otro, lo hago de manera oblicua? ¿Cuánto tengo que moverme? Son respuestas que dependerán por un lado del espacio que haya a mí alrededor, si es que lo hay; de los obstáculos del lugar; de la distribución arquitectónica del entorno, e incluso de la gente que se encuentre a nuestro alrededor. Todo influye y de manera diferente en cada situación o escenario que planteemos. Otro aspecto a tener muy en cuenta sería nuestro entrenamiento o formación en tiro policial.
“Pero debemos recordar que el denominador común de todos ellos es el movimiento”. Cabe recordar que mayormente trabajamos en entornos urbanos, a veces las intervenciones suceden en el interior de domicilios, locales, en espacios muy reducidos o con mucha presencia de gente, etc. Eso supone aprender a desenfundar mientras me muevo. A encarar el arma hacia el blanco, a veces con casi un tiempo prácticamente inapreciable y mientras me desplazo. A trabajar con el arma pegada al cuerpo. A realizar transiciones de letalidad. De mayor a menor letalidad, o viceversa. Significa tener un entrenamiento acorde a las diferentes intervenciones que nos puedan surgir. Sé que son miles las diferencias que hay entre unas y otras intervenciones, y que cada día nos llega a nuestros oídos una nueva que supera la anterior. Lo mejor es estar mentalizado y ser consciente de que debemos salir de la línea de fuego del contrario, parapetarnos, cubrirnos, ocultarnos, protegernos durante un enfrentamiento, y esto solo se consigue con movimiento.
Debemos trabajar el desenfunde, el montaje, el cambio de cargador, la resolución de interrupciones, todo ello aderezado con la oscilación, el ajetreo, la celeridad del desplazamiento. Y siempre sin perder de vista a nuestro agresor. Si continuamos con entrenamientos estáticos, continuaremos enseñando a nuestro cuerpo a quedarse quieto, que es lo mismo que fomentar la solución primigenia a la supervivencia animal que nunca debemos adoptar en un enfrentamiento armado y es el BLOQUEO. En una refriega todo es posible. En esos momentos de vida o muerte solo nuestro ser primario y salvaje que se rige por nuestro cerebro primitivo, que ahonda en todos nosotros surge para ayudarnos a sobrevivir, no piensa, no razona, solo actúa.
Pero no sólo afecta a los buenos, sino también a los malos. Y cuando crees que ya tienes controlada la situación, ésta se descontrola y lo que estaba arriba ahora está abajo, lo que parecía fácil ahora es difícil, lo sencillo se complica y todo se torna aún más caótico. La vorágine del enfrentamiento se vuelve un huracán de movimiento y energía. Entrenamiento y más entrenamiento, práctica y más práctica, todo ello infundido en movimiento. Cada cual que saque sus propias conclusiones.