La duplicidad está muy presente en nuestro cuerpo. Por naturaleza y de manera común, tenemos dos ojos, dos oídos, dos piernas, dos pies, dos brazos, dos manos… además de otros órganos internos que también son parejos. Todas estas parejas trabajan en una perfecta y elaborada simbiosis, complementándose el uno con el otro, desarrollando de manera perfecta su labor.
Por ejemplo, los ojos son los que nos permiten ver lo que sucede a nuestro alrededor; el oído nos permite captar sonidos; y las piernas nos confieren el desplazamiento. Pero, ¿qué pasaría si tuviésemos un solo ojo o un solo oído? ¿Seríamos capaces de ver u oír? La respuesta es positiva: perderíamos ángulo de visión y el tanto por cien que le correspondiese al ojo afectado, pero seguiríamos viendo. Lo mismo pasaría con el oído, el cual tendría una merma en la audición, pero seguiríamos oyendo.
Pues bien, como dijo en 1833 Charles Bell, “la mano humana está tan bellamente formada, sus acciones son tan poderosas, tan libres y sin embargo, tan delicadas que no se piensa en su complejidad como instrumento; la utilizamos de la misma manera que respiramos, de manera inconsciente”. Estas palabras describen con exactitud la función de las manos y la anodina consciencia que tenemos sobre ellas.
Si trasladamos estas palabras al tiro policial, observaremos que la dualidad entre las manos está más que probada. Ambas trabajan en perfecta armonía y sincronización: para efectuar un correcto empuñamiento a dos manos, un cambio de cargador ya sea de emergencia o táctico, alimentar un cargador, montar el arma, empuñarla con apoyo de la linterna en zonas de poca o nula luminosidad, e incluso para poder zafarnos de un agresor que se abalanza sobre nosotros y poder repeler la acción del sujeto. A base de un constante e incesante trabajo de repetición o trabajo en seco, nuestras manos actuarán de manera natural, inconsciente y sencilla, como lo es el respirar, desarrollando acciones poderosas con una combinación de movimientos técnicos y armoniosos perfectamente combinados.
Dentro de esa perfecta complicidad, cada una de las manos tiene una condición y una labor preestablecida por la herencia genética. La mano fuerte o hábil es aquella que predomina sobre la otra, aquella que es más precisa en sus movimientos, más certera en sus acciones, aquella que usamos con una mayor asiduidad cotidiana. Por el contrario, la mano débil o inhábil es la que se encuentra subyugada a la mano fuerte, la que realiza tareas menos complejas, más livianas, la que sus movimientos nos parecen más torpes, más lentos… Esa mano que por evolución siempre actúa en un segundo plano, en definitiva, la mano de apoyo.
“La diferencia entre la mano fuerte y la débil, la mano hábil o inhábil, reside en la naturaleza del hombre, pocos son los capaces de utilizar ambas manos por igual con la misma destreza”.
Pero ¿qué pasaría si la mano regia pasara a un segundo plano? De todos es sabido que en un enfrentamiento armado cabe la desgraciada posibilidad de que resultemos heridos. ¿Qué pasaría si te hiriesen en el brazo o la mano, y esa herida nos impidiese hacer frente a la agresión? Con ello nos va la vida… ¿Lo daríamos todo por perdido, abandonándonos a la suerte de Dios? ¿O por el contrario responderíamos a una sola mano? ¿Y si la mano herida fuera la mano fuerte?, ¿seríamos capaces de afrontar tal situación con la mano débil para que ésta nos representara ante tan fatídica situación?
La mano débil es esa olvidada en la mayoría de los entrenamientos, programas y planes de tiro, sólo recordada en un momento de grave y urgente necesidad, posiblemente cuando ya sea demasiado tarde. Es aquella a la que recurriremos cuando no haya más remedio, porque estemos heridos o no podamos utilizar la mano hábil. Pero para salir victorioso, o simplemente airoso, de tan maña empresa como es un encuentro armado, debemos trabajar la mano débil en las practicas de tiro con bastante frecuencia; adiestrarla como si fuera la mano fuerte, realizar mucho trabajo en seco, ejecutar ejercicios a una sola mano y practicar el empuñamiento con la mano débil, aunque al principio nos proporcione una sensación de desazón, desconfianza e inseguridad.
A medida que transcurra el tiempo nos resultara más sencillo, más familiar, y sobre todo más natural empuñar el arma con esa mano. Al principio, realizar trabajos sencillos como parar el arma frente al blanco y presionar el disparador bastará para ir tomando una primera consciencia de esta nueva manera de trabajar el tiro. Posteriormente pasaremos a realizar ejercicios un poco más complejos, como desplazarnos y efectuar varios disparos seguidos, etc.
Debemos practicar los cambios de cargador a una mano o en condición de herido, montar o alimentar el arma también a una mano, trabajar el tiro tras parapeto. Y por supuesto trabajar el tiro de cobertura con la mano débil, tal como lo hacemos cuando trabajamos el tiro con la mano fuerte.
Como siempre, y de manera repetitiva, vuelvo a recalcar que la sencillez y la naturalidad deben estar presentes en todos nuestros ejercicios de tiro.
Hay un gran número de enfrentamientos armados que se han resuelto a una sola mano. Son tiros de encuentro, rápidos y sorpresivos, acciones que se desarrollan en décimas de segundo, en las cuales únicamente es posible desenfundar y disparar con una sola mano.
El tiro de cadera en todas sus variaciones, el tiro de hombro, o la técnica Frontier son algunas de las técnicas de tiro a una mano más sencillas y naturales que existen. De ellas se tienen referencias desde los primeros tiempos en los que se empezaron a utilizar las armas cortas de fuego. Y dado que como “no siempre se puede responder a un ataque a dos manos”, debemos aprender a utilizar ambas manos individualmente e independientemente de si es la mano fuerte o la débil.
Siempre actuamos como si no nos fuera a pasar nada, como si fuéramos invencibles o indestructibles, pero lo cierto es que somos personas de carne y hueso, que sangramos y sentimos como los demás mortales, que acertamos o erramos en nuestras decisiones, que sufrimos… Por eso, debemos afrontar la posibilidad de que, a pesar de que nuestro fuero interno no contemple esa posibilidad, podemos ser destruidos, vencidos. Por ello, debemos esforzarnos en trabajar todas las posibles variantes que, por inusuales que nos parezcan, se puedan dar en una intervención armada. Como puede ser la posibilidad de resultar herido, aunque no sea por arma de fuego, quizás sea por un mal golpe o un atropello.
Aprendamos a afrontar las situaciones como si fueran reales, olvidémonos de los tópicos de “aquí nunca pasa nada”, o “¿a mí que me va a pasar?”. De esa manera estaremos preparados para cualquier adversidad y salir airosos de ella.
1 Comentariro
Jose
Excelente