Ahora ya no tanto, pero durante años fui objeto de algunas críticas por defender la teoría, pero también por airear la sangrante realidad, de que los cartuchos policiales dotados con proyectiles expansivos, huecos o no huecos, son ideales para preservar de heridas a terceras personas presentes en los tiroteos, o simplemente próximas a dichos escenarios (cientos de metros). Quiero decir que estas balas, al contrario que las blindadas y las semiblindadas, recorren menos tramos en los cuerpos carnosos afectados. Esto minimiza, casi siempre, el riesgo de que los proyectiles abandonen el cuerpo y hieran a sujetos no designados como objetivos.
Si se terciaran determinados factores favorables, estas puntas expansivas también podrían ocasionar heridas de mayor consideración, lo que a su vez podría derivar en la innecesidad de seguir efectuando más disparos contra un mismo “target”.
Quienes me criticaban por defender estos pensamientos decían, aunque también escupían contra otros instructores y contra otros planteamientos estrechamente ligados a los que hoy estamos tratando, que estas indeseables contrariedades no se producían con la frecuencia suficiente como para tener que preocuparse. Se amparaban, según ellos, en que algunos norteamericanos así lo exponían en su país. ¡Nos ha jodido! Allí sucede en menos ocasiones que aquí, porque, ¡qué casualidad!, las fuerzas del orden no emplean el mismo tipo de munición que sí usamos aquí. A ver, hombres descarriados y desertores del menos común de los sentidos, si ellos consumen puntas huecas y el número de sobrepenetraciones desembocantes en heridas a inocentes ajenos a los incidentes armados es menor que aquí, que tiramos con semiblindadas y blindadas, ¿de verdad hacen falta más explicaciones?
Recordemos que estoy hablando de cartuchos de armas cortas que generan bajas velocidades y poca energía, lo que medianamente puede ayudar a controlar el exceso de penetración. No sucede lo mismo con los calibres propios de armas largas, en los que las mayores energías y velocidades desarrolladas, rara vez permitirían sostener la idea de que las puntas huecas siempre permanecerán dentro del organismo lesionado, aunque con casi total seguridad sí producirían heridas de mayor entidad.
La cosa es que cuando este humilde policía local, gaditano de origen y con apellidos comunes y nada cinematográficos, defendía lo expuesto en los párrafos precedentes, individuos con más ínfulas que este servidor despotricaban y exponían que personas llamadas como los protagonistas del celuloide decían lo contrario. Pero ahora, sin embargo, los engreídos que vuelan entre sus estrellas hocican y promueven, por fin en lengua española, lo mismo contra lo que antaño escupieron. ¿Que por qué lo hacían? Pues vayan ustedes a saber… tal vez por falta de educación, por incontinencia de la ira, por carencias afectivas en la infancia, por envidia, o quién sabe si porque de pequeños recibieron más pedradas de la cuenta en el patio del colegio, sin haberse repuesto aún emocionalmente.
Sea como sea, vean el vídeo del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) que seguidamente enlazo. Si siguen los artículos publicados en este blog, esta filmación no les descubrirá nada nuevo, pero sí les reforzará lo ya sabido:
Desde estas páginas quiero agradecer a mi amigo y compañero Abel, de la Policía Local de Zaragoza, el detalle que ha tenido al compartir conmigo este magnífico documento audiovisual.