Naturaleza astutamente maridada con olfato y vista policial, amén de con una pizca de instrucción y decisión. Contra los principios naturales de la supervivencia es difícil luchar en situaciones límite, pero su manifestación, a veces, puede ser retrasada.
En el vídeo que hoy comentamos podemos ver un ordenado tótum revolútum con mucho sentido. Como siempre sostengo, es indiferente que el defensor sea un agente público o privado, o sea, que da lo mismo ser vigilante que policía cuando hay que sacar la pipa, o cuando hay que darse por patas. El adiestramiento con las armas puede influir en sentido positivo o negativo durante un enfrentamiento real, según haya sido tal adiestramiento; pero por lo general, en ningún sector de la seguridad se está mucho más preparado que en el otro, sino que normalmente las prácticas de tiro son muy deficitarias en ambas aceras.
El vigilante de seguridad de nuestra grabación actuó con la precaución que su sentido común le dictó, pero también con la debida determinación que su sentido del deber le exigió: vio actitudes sospechosas en varios clientes del establecimiento que custodiaba, empuñó su arma sin desenfundarla, interpeló a los individuos, se desplazó para adquirir más información de cuantos movimientos estaban llevando a cabo los sujetos y finalmente, cuando vio pistolas en sus manos, extrajo su revólver y abrió fuego.
Parece que no aguardó a ser objetivo de las balas contrarias, algo por lo que yo le aplaudo: tiró tan pronto detectó un evidente e inminente riesgo contra su integridad física, y la de terceras personas. ¿Por qué tendría que haber esperado a estar herido, si incluso podría haber fallecido antes de lograr defenderse?
Esto no sucedió en España, pero aquí tampoco existe obligación legal alguna que exija a un policía, o a otro ser humano, estar moribundo para poder repeler una agresión. Eso sí, se me antoja que la respuesta defensiva debe ser lo más pareja posible, en cuanto a intensidad y potencial poder lesivo, a la acción ofensiva; siendo de lógica y de sensatez no meterle un tiro a quien solamente está dándonos sopapos en el culo.
A estas alturas de la partida todos deberíamos saber qué es proporcionado y qué no lo es, pero tenemos mucho miedo a precipitarnos y a equivocarnos, algo completamente normal, tanto experimentar ese miedo como el equivocarse en tales circunstancias. Pero también sentimos pavor a hacerlo todo impolutamente, sin poder ser comprendidos posteriormente. Los artículos como éste están especialmente destinados a quienes todavía no tienen claros estos conceptos. Señoras y señores lectores, divúlguenlos también entre quienes tampoco quieren comprenderlos. Cuéntenselo a los tristes mastica tuercas de manos en los bolsillos, de voz tibia, de pasos vagos y de mirada baja. Satúrenlos de verdad, y que se ahoguen en ella.
Pero como decía al inicio de estos párrafos, el instinto y la naturaleza se terminan imponiendo, y quien con cierta solvencia y confianza empezó a disparar, acabó siendo abducido por el pensamiento animal que todos llevamos aún muy dentro: retrocedió al verse apuntado y baleado, pirándose despavoridamente como si una turba lo estuviese apedreando. Se trata de una respuesta de lo más humana, así que espero que no sean muchos los que tilden de cobarde esta reacción. Somos hijos, y por tanto genéticamente herederos desde hace varios millones de años, de una casi perfecta evolución hacia la humanización. De verme en una situación como esta no sé cómo podría reaccionar, pero doy mi palabra que, como poco, me encantaría poder hacerlo como lo hizo el protagonista de este enlace.
No es fácil salir airoso de una movida en la que al menos dos asaltantes, de los tres filmados aquí, portan armas de fuego e incluso las hacen sonar. Dado que este hombre usaba un revólver, posiblemente agotara la munición de su tambor en plena quema de pólvora. Ya sabemos que estas armas suelen tener solamente cinco o seis cartuchos de capacidad, porque aunque existen de siete y hasta de ocho, en calibre de óptimas prestaciones para labores de seguridad y defensa, dudo mucho que este fuera el caso.
Con determinación, entrenamiento, concienciación y un poco de suerte se puede vencer en un tres contra uno. No es sencillo, pero se puede, por más que muchos chatarreros halitósicos sigan inculcando pamplinas, como que hay que darse por muerto si con tres o cuatros tiros no se ha acabado con los malos. O que llevar un cargador de repuesto es una fantasmada. Del mismo modo, podemos vencer en un combate en el que la parte contraria utiliza armas largas, mientras que nosotros solamente usamos cortas. Cuando no se intenta, es cuando con total seguridad no se gana.
El agente de este vídeo se olió la tostada y por ello desde el principio no permitió que se le acercase excesivamente el sujeto que vestía con la camiseta de color rojo. El vigilante, ante la aproximación del otro, recula y se desplaza lateralmente. No solo no quería ser víctima de un agarrón o de un derribo fácil, sino que tenía la imperiosa necesidad de darle información a su cerebro sobre lo que los otros dos estaban haciendo.
En virtud de lo que su sentido de la vista detectó, y en forma de datos envió a su cerebro, éste pudo decidir cómo reaccionar y qué respuesta ofrecer a través del resto del cuerpo. En un momento determinado, ya al final de la filmación, nuestro protagonista se marcha a la carrera y abandona la zona que anteriormente ocupaba mientras mantenía el fuego sobre sus antagonistas. Se largó hacia donde creyó poder encontrar un parapeto, y además lo hizo todo lo rápido que pudo. No permaneció en el punto exacto en el que yo intuyo que ya había consumido toda su munición.
Sin embargo, en la galería de tiro seguramente habría entrenado la recarga del arma delante de una silueta estática e inerme, mientras era arropado por la tranquilidad que suele proporcionar una palmadita en la espalda y la susurradora voz de un instructor.