De un tiempo a esta parte se está convirtiendo en habitual encontrarnos con noticias sobre incidentes protagonizados por jóvenes, con un alto nivel de violencia y agresividad, haciendo uso de armas blancas y amparados en el abrigo del grupo o la manada, pues suelen reunirse en muchedumbre.
Quizás se han sucedido en poco tiempo varios incidentes que han llamado la atención por su magnitud o por intereses mediáticos más o menos interesados, pero esta deriva de la sociedad y de la juventud como punta de lanza no es algo nuevo para los uniformados que día a día pisamos la calle. “La calle está muy mal” solemos decir. Aquellos jefes que aún recuerdan lo que es patrullar y se preocupan por su gente (algunos no lo recuerdan porque nunca lo hicieron), piden que estemos atentos, que tengamos cuidado, y claro que lo tenemos, nuestra prioridad, mi prioridad, es volver a casa cada día.
No espere nadie que en estas líneas en representación del colectivo policial me ponga a llorar cual plañidera quejándome de que los malos son cada vez más malos. En primer lugar, no represento a nadie, y en segundo lugar si hago lo que hago es porque yo lo elegí, soy lo que soy, soy Policía y elegí estar en la calle y ahí quiero estar. Ahora bien, esa elección no implica una abnegación infinita ni, como esperan algunos, mi sacrificio físico poniendo siempre la otra mejilla. Niveles excepcionales de violencia implican necesariamente niveles extraordinarios de precaución por parte del policía, con mayores niveles de fuerza en las intervenciones y medidas de autoprotección, medidas que por otra parte los ciudadanos de bien perciben habitualmente como intimidatorias o excesivas, pero desgraciadamente los policías no tenemos un oráculo para saber con quién intervenimos. Es decir, la gente de bien puede sufrir los perjuicios que causan los violentos por partida doble: de manera directa, en forma de inseguridad ciudadana por un lado, y en sus interactuaciones con la policía, que dada la situación debe extremar el rigor y las medidas de autoprotección.
Y es que malos ha habido siempre, y contra ellos ha luchado siempre la policía, como esa línea de defensa entre la gente de bien, afortunadamente la mayoría y esos inadaptados incapaces de acatar las normas de convivencia que son inherentes a toda sociedad. El problema es que ahora, además de combatir a los malos, la policía tiene que luchar también contra los tontos… y de esos desgraciadamente hay muchos.
Tontos que alentados por las redes sociales, por el efecto manada, y sobre todo por la falta de respeto hacia el prójimo (no hablemos ya hacia la autoridad) y la nula tolerancia a la frustración, pretenden existir transgrediendo leyes y normas, cuestionando todo aquello que suponga un freno al cumplimiento de sus deseos o antojos. Esto, unido al refuerzo que parte de nuestros políticos supone al moldear leyes a su antojo o necesidad, cuestionar, manipular y corromper todo tipo de instituciones, y ser los primeros en recelar de la labor de la policía, da como resultado el panorama que sufrimos.
Si además, esos tontos se ven protegidos por la práctica impunidad de ser menores y reforzados por unos padres que en lugar de refrendar a la autoridad que trata de velar por el bien común la desautorizan y consuelan a sus pequeños, el problema no hace más que crecer.
La guinda al pastel la pone la aportación cultural de los elementos foráneos. Hay fenómenos cuya naturaleza extranjera es incuestionable, no hay debate ni manipulación posible, así pues y a modo de ejemplo, el fenómeno de las bandas latinas es por definición exógeno. Del mismo modo, es evidente que en otras latitudes el respeto por la vida humana no se tiene en la alta estima de la que goza en nuestro país. Lo llaman diversidad cultural, pues bien, gente de esas culturas no dudan en usar machetes y cuchillos.
Con todo y con ello yo soy Policía y yo elegí la calle, pero que no se confunda nadie, mi prioridad es volver casa, como la de mis compañeros. Ojalá no llegue, pero me temo que llegará, un día un compañero o yo mismo tendremos que elegir ente volver a casa o ser un mártir… si esta en mi mano, volveré a casa.