Según diversas fuentes de información, en la Tierra existen, actualmente, entre 5 y 50 millones de especies de seres vivos, si bien algunos científicos fijan la cifra en 30 millones. En cualquier caso, parece que hay unanimidad en algo: todas las especies tienen el mismo origen microbiano. No obstante, dicen que desde que en nuestro planeta se originó la vida han desaparecido más especies que las que han sobrevivido. Y todo esto, ahí es nada, en aproximadamente 3.500 millones de años.
Especie tras especie y periodo evolutivo tras periodo evolutivo, hasta que hace 7 millones de años aparecieron en África los primates homínidos. Hasta 20 especies homínidas han llegado a existir a lo largo de los últimos 4.600 millones de años, habiendo evolucionado y sobrevivido hasta la actualidad solamente un puñado de ellas, 7 para mayor precisión: la nuestra, la de los “Homo sapiens sapiens”; y la de varios parientes cercanos, como por ejemplo los chimpancés, los gorilas, los orangutanes y los bonobos.
A lo largo de todo este larguísimo viaje evolutivo, las personas modernas nos hemos impuesto al resto de primates mediante el desarrollo de ciertas habilidades. Y no, la victoria evolutiva no se ha producido hace 3 días, ni 100 años y ni tan siquiera hace 5 milenios, porque ni los teléfonos móviles inteligentes, ni los frigoríficos domésticos, ni la rueda han determinado tal supremacía. El avance diferenciador de nuestra especie fue propiciado, muchos miles de años atrás, por algo mucho más ancestral que todo eso, algo que todavía es, a día de hoy, de uso diario. Me refiero a la lengua, al habla, al lenguaje articulado. Porque esta forma tan única de comunicación es totalmente diferente al resto de códigos de comunicación empleados por otros miembros del reino animal.
Podríamos decir que hablando se entiende la gente, algo que está demostrado desde que desertamos de las ramas de los árboles y abandonamos los lenguajes inarticulados y gestuales. Este hecho, más el previo desarrollo físico-evolutivo del dedo pulgar, el primer dedo de la mano, es el que nos ha traído hasta aquí, hasta donde nos encontramos ahora mismo.
Esta característica es, posiblemente, la que logró desterrar a nuestros desaparecidos primos animales más cercanos del vital proceso de avance como especie, pudiendo haber aportado también su granito de arena en la extinción de los hombres neandertales. Es lo que tiene contar con una ubicación de la laringe más alta o más baja, quiero decir, más cerca o más lejos de la garganta: si la tienes más alejada, podrás hablar; mas si la tienes cerca del gaznate solo podrás carraspeas y no te entenderá ni tu puta madre, que diría uno que yo conozco.
¿Pues saben qué, amigos lectores? que yo conozco a más de 1 y a más de 2 que se han aprendido la Historia en sentido contrario, a contramano. Me refiero a los involucionados, a quienes pretenden que los “Homo sapiens sapiens” metidos a policía marchen evolutivamente hacia atrás, es decir, que involucionen. Estos son los que gritan sin pudor, desde el fondo de la caverna: “¡Altooo! ¡Media vueltaaa! ¡De frenteee!”.
Seguro que alguno ya ha intuido, varios párrafos atrás, el sentido de este artículo. Efectivamente, me estoy refiriendo a los individuos que promueven la implantación de pistoleras paridas en oscuras y torpes seseras. Estoy refiriéndome, naturalmente, a esa antinatural funda, “holster” en inglés, que permite extraer el arma con los mecanismos de tiro en simple acción, o sea, a puntito de caramelo para que tú solito te pegues un taponazo, para que se lo pegues a tu compañero, o para que se lo pegues a aquel niño que está cruzando la calle de enfrente por el paso de peatones.
Maldito parné, que obnubila el sentido común. Asquerosa comodidad, que cierra las puertas del adiestramiento para abrir el cajón de la caja registradora. Pestosa teoría contra natura, la que dice que es más rápido y seguro meter la pistolita un poquito más para adentro antes de sacarla hacia afuera, aunque te estén intentando apuñalar. Peligrosos milímetros los que hay que recorrer, con suma precisión, si únicamente quieres extraer el arma con la recámara vacía; o si la quieres extraer en doble acción, si de tal guisa la portas. Ya ves, precisión, o sea, cuidado; o sea, calma; o sea, justamente todo lo que se va al carajo cuando la cosa se pone jodida.
Hay que ser un bonobo muy estúpido para desoír lo que las ciencias médica y empírica cantan respecto al deterioro de las capacidades cognitivas humanas, frente a acontecimientos altamente estresantes. Porque ya se conocen demasiados casos reales, con sangre de por medio, de policías que olvidaron preparar sus pistolas, aun teniéndolas empuñadas, cuando vieron ante sí a un orangután salvaje, con ganas de partirlo todo. Si sabemos fehacientemente que muchos policías olvidan quitar el seguro manual de su arma, llegando incluso a activarlo innecesariamente al verse en peligro, ¿por qué hay quien insiste en apoyar tan pringosos y antagónicos artilugios? Yo lo sé, por la pela, por la plata, por la lana, por los billetes… en definitiva, por la gallina con tomate, por el desinterés y por la extinción de la vergüenza propia.
Señores, por favor, no empujéis escaleras abajo a nadie más. A ver si os enteráis, o por lo menos os da un poco de vergüenza, ¡hombre ya! Sé que el estudio no os gusta, al menos no el estudio allende la cueva, por lo que fijo que no sabéis que cuando hay que reaccionar rápidamente, más todavía atrapados por agentes estresantes, los humanos tendemos a simplificar nuestras respuestas, de modo que cuanto más se complique el adiestramiento a través de la inoculación de opciones imposibles o complejas, más jodidos estaremos. Mejor poco y bueno, podría ser la síntesis de la Ley de Hick, llamada así en honor al psicólogo británico William Edmund Hick: el tiempo que se tarda en tomar una decisión aumenta a medida que se incrementa el número de alternativas.
Dedicad vuestro tiempo y esfuerzos a formar adecuadamente a la gente en el uso de lo más sencillo: disparar en doble acción o meramente encañonar, tan pronto se culmine el desenfunde. No a las manipulaciones que retardan las respuestas, aumentando los riesgos y fomentando las descargas involuntarias. Aquí, y en esto, lo más rápido es lo más seguro.