Retirada táctica. Así define la Policía del Condado de Sussex el modo en que actuaron sus agentes el 7 de enero de 2017 en Crawley, localidad situada a la afueras de Londres, cuando un varón de 34 años de edad atacó con un martillo a cinco funcionarios. La intervención fue plenamente filmada por la cámara que una mujer policía llevaba adosada a su uniforme. Como podrán ver en el vídeo, dos pistolas Taser encañonaron al sujeto al que pretendían detener los protagonistas de estos párrafos.
Esto que voy a decir no es, en modo alguno, un acto que pretenda desvirtuar la eficacia de las armas de impulsos eléctricos, pues son herramientas que ofrecen magníficas ventajas policiales, solo que el pasado 7 de enero no funcionaron. Dos Taser fueron disparados contra quien estaba acometiendo con un martillo a la fuerza presente, sin que las descargas dieran resultado. Ninguna información oficial proveniente de Sussex ha desvelado, aún, si ambos dispositivos Taser estaban averiados o si el malnacido del martillo llevaba una pelliza de acero que hiciera imposible que los arpones proyectados se engancharan. La cosa es que al Thor de turno no le llegó el calambrazo paralizador. Y oigan, amigos lectores, un servidor se ha sometido voluntariamente a una descarga de estas, por lo que sé que si te enganchan los dos filamentos, caes. Por cierto, recientemente he recomendado su adquisición a varios cuerpos locales. Un cuerpo en concreto ya cuenta en su haber con varios terminales, solo que los tiene cogiendo polvo en un almacén.
Así las cosas, esto solo es una parte de la cagada. Fallaron muchas más cosas aquel día. Y es que junto a los operadores de las armas paralizantes había otra pareja de uniformados, igualmente armados: un agente portaba una defensa extensible ya desplegada, de la que hacía clara ostentación, mientras que una guía canina sujetaba a su feroz cánido. O sea, un malo frente a cuatro armas: las dos pistolas eléctricas, un bastón y un perro adiestrado para acojonar, morder y derribar. Pero nada, hijo, tan pronto el tío descubrió que no sentía las cosquillas propias del Taser, tiró de frente martillo en alto y puso en fuga a los cuatro policías, más a la quinta agente que, desde atrás, lo estaba grabando todo.
No dio tiempo a recargar los Taser y ninguno de los policías se acordó de usar las descargas de contacto. Tampoco nadie le metió un estacazo al menda (al carajo el ‘open sky’). Pero es que la mujer de la Unidad Cinológica fue incapaz de soltar al perro, con las ganas que el pobre animal tenía de dar dentelladas. Una vez más se impuso la naturaleza en estado puro: pies para qué os quiero; vámonos, que nos endiñan un martillazo. Lo más sencillo de todo, quién sabe si hasta lo más eficaz en ese punto de la actuación, hubiese sido abrir las manos y dejar correr al perro. Pero tan sencilla maniobra resultó imposible de llevarse a término, dado el repentino y brutal deterioro cognitivo que sufrió la guía. Y pasó lo que tenía que pasar, que alguno de los cinco policías se tenía que llevar un leñazo.
Aunque dos funcionarios terminaron en el hospital, sus lesiones no revistieron caracteres de gravedad. Puta suerte, aunque bendita en este caso, porque anda que no puede resultar grave, y hasta mortal, un martillazo en el cráneo. De hecho, uno de los heridos recibió golpes en el cuello y en un hombro, muy cerca de la cabeza. Lo dicho, suerte. No seré yo quien hable aquí de cobardía, pues me hago cargo de lo que es sentirse a punto de morir. “Tenía miedo y creía que iba a morir. Me quedé quieta, pegada a la pared, pensando que no saldría viva de allí. Nunca había estado tan cerca de la muerte”, manifestó la chica agredida ante las autoridades judiciales. ¿Retirada táctica? Cagada táctica, diría yo. Qué asco me da ver cómo se esconde y entierra la verdad. Esto no ayuda nada en absoluto, sino que, por el contrario, empeora la situación abonando el campo a ulteriores cagadas. ¿Por qué lo llaman amor, cuando quieren decir sexo?
Hasta aquí, todo es normal: la gente no siempre sabe o puede defenderse, mucho menos cuando la capacidad volitiva se ve abducida y controlada (o descontrolada) por el pavor. Pero, ¿es normal que tal cosa le suceda a los miembros de la comunidad policial? Por supuesto que sí, me atrevo a afirmar con total rotundidad. El miedo a perecer está grabado en la psique de todo ser humano mentalmente sano, lo que puede conducir a situaciones como la que estamos comentando. Unos salen por patas, para poner camino de por medio entre ellos y el agresor, y otros se bloquean emocionalmente, esperando lo peor o que terceras personas le solventen la papeleta. ¿Falta de entrenamiento? Pues oigan, sí. Posiblemente este vídeo nos haga pensar que los actuantes adolecían de formación. Pero voy a más: incluso gente bien adiestrada puede llegar a congelarse a nivel emocional, ante eventos de la magnitud del aquí descrito. Y claro, cómo no, también hay quien se defiende, tanto estando adiestrando como no estándolo, influyendo en ello numerosos factores.
No obstante, pienso que estas personas sí habían sido entrenadas académicamente. Estoy convencido de que los operadores del Taser sabían manejarlo hasta con los ojos cerrados. Seguro que la chavala K-9, la del perrito, sabía qué hacer con su compañero cuadrúpedo, ante el figurante que desempeña el rol de malo en las exhibiciones de los colegios. Y el que blandía la extensible, lo mismo, fijo que le había dado mil hostiazos a un saco de boxeo o a un instructor disfrazado del primo rojo de Michelin. Pero a veces todo esto no puede llamarse entrenamiento, al menos no de manera global. Algo falla, y no solo en Sussex. Algo chirría cuando la que tiene que soltar el perro, no lo suelta; cuando el que tiene que dar bastonazos, no los da; y cuando los que tienen que tasear por contacto, no tasean. Y lo que falla es, además de la concienciación y metalización, que en ocasiones es hasta más importante que determinados entrenamientos repetitivos, la filosofía del adiestramiento, la metodología y pedagogía de la enseñanza y la sinceridad del objetivo final deseado.
Video de la agresión y la ¿retirada táctica?:
Pero puede que la problemática llegue germinada desde los propios procesos selectivos de las oposiciones, incluidas las de promoción interna. Como mis amigos maños Nacho García y Ramón Tobaruela me comentaban hace unos días, ¿qué perfil personal buscamos para que engrosen las fuerzas de seguridad? ¿Buscamos brutos insensibles, que rocen la psicopatía?; ¿buscamos hermanitas de la caridad, que no denuncien por pena?; ¿buscamos cobardes que no disparen, para que no afeen la imagen del cuerpo, entorpeciendo con ello el ascenso de los jefes? ¿Qué coño buscamos y necesitamos, joder? Muchos mandos rehúsan contar en sus unidades con gente muy comprometida, porque estos suelen producir ‘demasiado trabajo’, lo cual aumenta, matemática y proporcionalmente, las posibilidades de llevar problemas al despacho. O mejor dicho: estos no esquivan las intervenciones complicadas, como otros saben hacer con suma habilidad, mirando para otro lado. Y son estas personas, las de este corte psico-laboral, las comprometidas, las que seguramente más veces tiren ‘palante’ y más castañas saquen del fuego.
Puedo decir, y hablo por lo que he visto con mis ojos a lo largo de muchos años, que los comprometidos y convencidos no retroceden tanto como los no comprometidos y nada convencidos, aun cuando los primeros contasen con menos instrucción acreditable mediante certificados, diplomas y demás anhelados papelitos firmados y sellados por las autoridades competentes y hasta por las incompetentes.
Los bobbies del vídeo no llevaban armas de fuego, haciendo gala de tan añeja tradición británica. Allá ellos. Pero meto mi mano en el fuego y seguro que no me quemo, si digo que incluso habiéndolas llevado consigo, ninguno hubiese escupido plomo. No lo digo porque sean ingleses ni mucho menos, lo digo porque en España sucede exactamente igual. Aunque muchos de ustedes estén diciendo ahora mismo que sí hubiesen disparado, no me lo creo de todos. En realidad, nadie sabe qué va a hacer, porque no existen las bolas mágicas que predicen el fututo. La mayoría no estamos debidamente preparados para manejar nuestras armas de fuego (que se salve el que pueda). Manipularlas o medio manipularlas en la galería de tiro, no garantiza destreza en la calle, sino todo lo contrario. Y si no, miren cómo respondió la muchacha K-9, que tantas exhibiciones hacía en los colegios (mensaje para que lo pille alguno que yo me sé), y observen cómo el de la extensible salió corriendo, pese al chorro de bastonazos que seguro era capaz de meterle a un saco colgado del techo. Estaban entrenados, sí, pero no para la espesa, áspera y peligrosa vida real. Una cosa es entrenarse para que el público te aplauda, y otra cosa muy diferente es entrenarse para sobrevivir matando.
El personal no lo sabe o no se quiere enterar, pero son muy pocos los que realmente apretarán el disparador contra otra persona, por más que todos presuman de que lo harían sin pestañear. La gente no sabe que no sabe, lo que a la postre crea un inexorable reguero de problemas, un triste montón de frustrados y un enorme saco de escaqueados con miedo a afrontar situaciones para las que jamás fueron instruidos. El que no ha entrenado nada, el que ha entrenado poco, o el que únicamente ha leído las instrucciones de Giochi Preziosi, nunca tirará contra otro Homo sapiens, aunque ya lo estén matando; pero tampoco tomará tan crucial decisión aunque le regalen un minuto de ventaja para que se prepare. Estos son mayoría. La experiencia me ha demostrado que todos los que no tirotearon a sus homicidas el día de marras, hasta un minuto antes del desenlace tarareaban “de la cárcel se sale, pero del cementerio no”. Y es que no es tan fácil hacerlo, por muy chulo que resulte frivolizar con un botellín de cerveza en la mano.
De cuantos han entrenado mucho y bien, que por desgracia son los menos, solo algunos adoptarán la vital determinación de abrir fuego. Serán, normalmente, quienes además de haber quemado pólvora, se han mentalizado y concienciado de que algún día podrían tener que agujerear a un congénere. Son, igualmente y no por casualidad, las rara avis de las plantillas. Solo de vez en cuanto se atreve a plomear alguien que no está dentro del círculo de los raritos que entrenan mucho y por su cuenta. Pero esto sucede, casi siempre, cuando se impone el clamor de la sangre derramada por doquier.
2s Comentarios
Elgrancampeon
El vídeo no funciona bien.
Alfonso Reyes (Pontxo)
Es impresionante la de medios con que cuentan algunas unidades policiales, imagínate a la pareja del Puesto de Valdenosecuantos, sin taser, sin perro, sin extensible y con toda la ayuda del mundo al otro lado del SIRDEE.