¿Qué tienen en común los vendedores de frutos secos, los policías, los mecánicos de motocicletas, los médicos, los camareros, los periodistas, los profesores de lenguas clásicas, los pintores, los notarios, los antenistas, los decoradores, los bomberos, los meteorólogos, los carniceros, los taxistas, los interventores de bancos y los reponedores de Mercadona? Parece que nada, ¿verdad? Da la impresión de que estas profesiones, oficios y actividades laborales no tienen nada en común las unas con las otras y, seguramente, así será. Pero resulta que es más que probable que todas las personas que se dedican a tan honradas, dignas y respetuosas actividades hayan visto alguna vez las teleseries “El comisario”, “Alerta Cobra” y, por supuesto, “El Príncipe”. Estoy totalmente seguro de que incluso habrán visto fragmentos, tramos o películas completas de Bruce Willis y de Mel Gibson, producciones en las que los tiros siempre dan donde deben y, además, con un resultado espectacularmente eficaz.
Muchos de estos conciudadanos, si son varones de cierta edad, habrán pasado por algún cuartel para realizar el servicio militar. La mayoría no habrá disparado más que los quince cartuchos que eran de obligado cumplimiento, desde las reglamentarias posiciones de tendido, de rodilla en tierra, y de pie (erguido). Algunos, ni eso. Aún así, sin más contacto ni experiencia con las armas, si acaso haber consumido algunas o muchas balas en tiradas de precisión o incluso al revoleo, más de uno dirá, y de hecho lo dice, que ante un criminal que avanza hacia él machete en mano, arrancándose desde 5 metros, desenfundará, montará la pistola, desactivará el seguro manual, apuntará, disparará y acertará en la mano que sostiene el arma blanca. Otros dirán, sin pudor y más chulos que un ocho, que de tirar a la mano nada de nada, que ellos pueden agrupar cuatro taponazos en la cabeza. Hay mucho fantasma suelto, pero lo que más pulula por ahí es, sobre todo, mucho escaso de sesera. Engreídos ante el espejo. Emuladores del sin igual Robert De Niro, en aquel papel de vengador en “Taxi Driver”. Zoquetes que se ven a sí mismos como los guapitos de las películas. Canallas que viven en un mundo ilusorio.
Todo esto viene a que aunque hay que escuchar a todo el mundo, la verdad es que no todas las opiniones son respetables. Llámenme intolerante si quieren, pero es lo que pienso. Algunos comentarios son tan insulsos, fantasiosos e infantiles que deberían ofender más a sus locuaces propietarios que no a quienes ajenamente nos tenemos que avergonzar al oírlos o leerlos. He entrado ocho veces en quirófano, la mitad de ellas totalmente anestesiado y la otra mitad sedado, por lo que no tengo una idea totalmente clara de cómo es por dentro. Pero ni tan siquiera a un celador de hospital me atrevería a decirle como creo que hay que manejar una camilla, y mucho menos le diría, aunque no sea personal sanitario (el celador no lo es), cómo hay que hacer una incisión en el bajo vientre para practicar una cesárea. Tampoco le diría jamás a un antenista cómo hay que orientar una antena porque a lo más que llego, y a veces ni a eso, es a darle al botón de encendido y apagado del mando a distancia de mi televisor. Es que ni a mi amigo Pepe Yepes, pintor de cabecera de la familia, le diría como tiene que mover el rodillo para manchar menos el suelo de casa, cuando cada cierto tiempo le pido que me la adecente cromáticamente.
No destaco por ser prudente y suspendo en diplomacia. Tampoco me sobra sentido común, ojalá. Pero en mis últimos veinte o veinticinco años de vida he tratado de tener clara una cosa, y es que si no sé de algo… me tengo que callar, tengo que preguntar a quien me acredite, con hechos, que sabe de esa cosa y en último lugar, pero no por ello menos importante que todo lo anterior, sino posiblemente más importante aún, tengo que estudiar esa cosa. Leer y documentarme.
A lo largo de la vida uno se equivoca cientos de veces llamando a las puertas equivocadas, pero descubrir tal error es, en sí, una gran lección. Me he equivocado muchas veces por haberme dejado engañar por falsos mesías y por pretenciosos mamarrachos disfrazados, no descubiertos a tiempo. Pero si uno estudia por sí solo, bebiendo en acertadas fuentes de agua fresca no contaminada, posiblemente no se equivoque nunca. A lo sumo pasará que uno la cagará solito, por lo que al menos el pozo no te lo habrá cavado un tercero. Como dijera Santa Teresa de Jesús, “lee y conducirás, no leas y serás conducido”.
Cuando nuestra selección nacional de fútbol pierde un partido, surgen cuarenta millones de entrenadores sentados frente al televisor. Ese día todos sabemos, y que se salve el que pueda, qué se tendría que haber hecho sobre el césped, a quién se tendría que haber cambiado en el primer tiempo y quién tendría que haber sacado las faltas directas y haber lanzado los penaltis. Ese día todo el mundo se siente Casillas y grita, con desesperación e ínfulas, cómo hubiera saltado él o por qué lado se hubiera tirado en caso de estar en el terreno de juego y no con un botellín de cerveza en la mano. Eso es lo que sucede, también, cuando los periódicos decoran sus páginas con titulares sobre policías heridos a navajazos, a pedradas, a tiros, etc. Ante esto, el mismo que se siente portero de primera división, mientras come cacahuetes y se toma unas cervezas, levanta la mano y expone qué hubiera hecho él de haber sido aquel agente herido, pero obviando que lo más parecido a una pistola que ha empuñado es un plátano pelado, como postre de un bar barato de carretera. Es muy nuestro eso de decir que a nosotros nunca nos hubiera ocurrido algo así. Hay más tontos que botellines en la Feria de Abril.
Pasa igual cuando el telediario nos muestra un vídeo en el que aparecen cuatro funcionarios reduciendo a un canijo, o a una mujer, que no se deja detener y que se resiste a los agentes. El mismo que plátano en mano iba a cargarse él solito al atracador de turno, ahora dice que con la técnica X, que le enseñaron en un curso de judo de ocho horas, podría haber reducido al individuo partiéndole un brazo. Pero cuando son los policías quienes fracturan el miembro superior de su antagonista, los papanatas de este perfil despotrican enarbolando la bandera de la no violencia física y de las buenas maneras.
“Quillo”, “ompare”, “amigasho”, seamos serios y apliquémonos lo más posible aquel refrán que dice: “zapatero, a tus zapatos”. Tienes que comprender que ni los propios policías están entrenados como debieran, aunque muchos de ellos no lo sepan. Debes saber que nuestro cuerpo reacciona de modos muy diferentes ante situaciones de máximo estrés. Hay que convencerse de que una cosa es lo que queremos hacer, o quisiéramos hacer, y otra muy diferente la que finalmente se pueda ejecutar. En momentos tan dramáticos como pudiera ser un enfrentamiento a vida o muerte, nadie sabrá de antemano qué hará ni cómo lo hará. El cerebro y la propia fisiología humana determinan, in extremis, el resultado de las acciones llevadas a cabo en estas situaciones.
2s Comentarios
Manuel Selva
Buenos días Ernesto, buen árticulo.
Ernesto Pérez
Gracias, Selva.
Un saludo.
Ernesto.